En estos entrenamientos de pretemporada los equipos se dedican a exprimir al máximo su despliegue tecnológico para intentar saber, cuanto antes (aquí todo se hace a 300 kms/h.), cómo han nacido sus coches, cómo van sus bólidos, qué les falta, cómo mejorarlos, cómo convertirlos, desde la primera cita de Bahrain (14 de marzo), en invencibles.

Y lo hacen con todo tipo de ideas, inventos y artilugios, eso sí, solo al alcance de los más ricos, es decir, de Ferrari (ahí está esa torre que Alonso luce de vez en cuando sobre su cabeza, sobre la toma de aire, capaz de recoger millones de datos), de McLaren (que el miércoles montó, durante pocas vueltas, casi en secreto, a primerísima hora, un andamio de sensores en el lateral izquierdo del MP4-25 de Jenson Button), Mercedes o Red Bull.

Toda esa magia de gran circo, tan llamativa como curiosa, secreta e indescifrable (aquí nadie quiere contar para qué sirve todo eso), tiene como justificación que, en los últimos años, los equipos han visto reducido su tiempo de entrenamiento, ensayos y test privados. De los 30.000 kilómetros de antaño se ha pasado, en poco tiempo, a solo 15.000 km por equipo en la pretemporada. Se acabaron los test a mitad de campeonato y los sesudos ingenieros (algunos llegan a cobrar 10 millones de euros por temporada) quieren muchos datos, no les basta con las sensaciones de sus pilotos, pues no todo el mundo tiene el privilegio, solo reservado a Ferrari o Mercedes, de contar en sus filas con pilotos del tacto de Alonso o Schumacher, cuyos pronósticos y sensaciones superan siempre, siempre, a lo que reflejan los sensores.

Decenas de ingenieros analizarán ahora el maremagnun de datos recogidos en Jerez para intentar encontrar soluciones o mejoras inmediatas que serán probadas en los siguientes tests.