Mi llegada a Mérida fue en el verano de 1993. Dejamos Almendralejo y fuimos allí a vivir. Emociones y recuerdos borrosos para un chaval de 15 años que deja atrás su infancia para iniciar una nueva vida.

Ese verano el atletismo quedaba en suspenso. Cerca de mi nueva casa estaba el circo romano, el ´hipódromo´, y allí di mis primeras carreras. Unos trotes inseguros de quien no sabía qué le depararía la vida a partir de entonces.

Por casualidad contacté con Bernardo Juárez, secretario de la federación extremeña, y todo se puso en marcha: nuevo entrenador, club, compañeros y amigos, y nuevos lugares de entrenamiento. Cambié el circuito de las aguas, el polideportivo y el parque de las Mercedes de Almendralejo por las pistas del estadio, los olivares, la Isla y el hipódromo de Mérida.

El circo romano siempre fue un lugar de encuentro de los corredores populares, pocos en aquellos años, pero también una gran instalación deportiva para el barrio equivalente a varios campos de fútbol y zonas de recreo para niños y mayores, pero todo acabó a finales de los 90 cuando se produjo su cierre para remodelación y puesta en valor del monumento.

Desde entonces la nostalgia me invadía cada vez que veía sus verdes praderas o su espina gris piedra desde la antigua Nacional V. Sin embargo, esto se difuminó en una ilusión. El próximo 28 de febrero se disputará ahí una prueba de campo a través, como se hizo antaño, circuito revirado de hierba y tierra en el que hasta corrió algún campeonísimo como José Luis González.

No sé si las secuelas del maratón del domingo me dejarán correr el Campeonato de Extremadura de campo a través ese día 28, pero si puedo, allí estaré. No me puedo perder el volver a disfrutar de correr en el hipódromo.