Decía Maquiavelo que «el fin justifica los medios». Y este Extremadura ha sido más ‘maquiavélico’ que nunca. Hoy, el Extremadura se juega en 90 minutos el ascenso de una temporada que ha sido una auténtica montaña rusa de emociones. «Parece que han pasado cinco temporadas en una», decía un buen seguidor azulgrana reflexionando sobre la final del domingo. Y no le falta razón. Como botón de muestra, el club ha tenido hasta cuatro técnicos este año. Y al final, se la juega, con el que iba a comenzar la temporada.

Juan Sabas, el héroe de la permanencia, fue cesado por sorpresa en verano. El argumento sigue sin estar muy claro, pero las discrepancias con la directiva en la manera de trabajar y armar la plantilla parecía ser el detonante de un divorcio que dejó helada a la afición de Almendralejo, prendida de la magia del técnico madrileño. Su sustituto fue Agustín Izquierdo, el hombre que comenzaría la temporada. Izquierdo había errado hasta en dos ocasiones un ascenso a Segunda B y no era del gusto de la afición. Sólo gozaba de la confianza del presidente, Manuel Franganillo, que había apostado por él. La impaciencia y una mini racha de resultados negativos lo fulminaron en la novena jornada.

Entonces llegó Manolo Ruiz, un técnico desconocido en Almendralejo, pero que había tenido experiencia como segundo de Schuster en el Real Madrid. Comedido, educado y sin una palabra más alta que otra. Poco a poco se fue ganando el respeto de la afición y con él, el equipo, alcanzó su culmen de juego y resultados. Pero una mala racha de inicio de la segunda vuelta se lo llevó por delante tras 16 partidos.

El relevo fue Martín Vázquez, con más nombre que experiencia. El madrileño fracasó en lo deportivo, aunque dejó un peso de respeto y educación casi inigualable. Los resultados le dieron la espalda y en partidos decisivos, como en La Condomina, careció de fortuna. Duró 11 partidos.

Y entonces apareció Sabas, dos jornadas antes del final y con el equipo sexto en liga. El madrileño regresó con un triunfo épico en El Romano (0-2) y la sensación de que algo estaba cambiando. Desde ahí hasta ahora, un playoff puramente competitivo y noventa minutos para soñar.

Una temporada que ni el mismísimo Steven Spielberg hubiera escrito en su libreta. Ahora se busca un final feliz.