Enorme Bola del Mundo. Que se repita, porque montes así son la salsa de la Vuelta. Valiente Ezequiel Mosquera. Hoy no ganará la Vuelta, pero corredores como él son los que conquistan el cariño del público. Sufridor Vincenzo Nibali, que hoy se adjudicará la ronda española; un nombre que hay que anotar ya en la lista de rivales de Alberto Contador en el Tour del 2011.

Ambiente de ronda francesa, más allá del tradicional y agotado marco del alto de Navacerrada, donde nunca pasa nada desde que Pedro Delgado ganó su última Vuelta, en 1989. Cuesta estrecha, la que lleva a unas antenas de televisión, que TVE montó solo para ofrecer un programa que se llamaba La Bola del Mundo; de ahí el nombre de esta nueva y respetable cima que se ha incorporado ya a la historia viva del ciclismo.

Dos veces subió el pelotón a Navacerrada. A ritmo trepidante, veloz, dando la impresión de que ascendían más bien en moto que en bici. Nadie se movía porque iban tan rápido que se hacían imposible las ofensivas lejanas, un suicido deportivo. Nadie se decidía. Quedaban cuatro kilómetros y solo un adelantado de la clase podía destrozar al grupo de elegidos. Fue Frank Schleck. Fue la señal para que Mosquera se lanzara a por todo, sin miedo, sin pánico, sin que le importara nada más que el triunfo en la Vuelta.

Apretó los dientes Nibali y cogió al único rival que lo podía apartar de la primera plaza del podio justo antes de que empezara la trampa, el hormigón, allí donde se clavaban las ruedas, allí donde las bicis no avanzaban, allí donde era necesario retorcerse, a 12 km/h. Y allí, en los primeros 200 metros, fue donde Nibali se descolgó. Comenzaba el sufrimiento para el italiano. Un duelo entre dos. Nibali podía perder la Vuelta. Y la posibilidad entusiasmaba a un público que apenas permitía el paso de dos corredores en paralelo.

EL REZO DEL JERSEY ROJO "Me acordaba de los míos, de mis amigos y de mis familiares". Era el rezo interior de Nibali. El italiano sabía que mientras tuviera la referencia visitual de Mosquera tenía la Vuelta ganada. Mosquera, por su parte, no oía los chillidos de su director deportivo, Alvaro Pino, el último gallego en ganar la ronda española (1986). Era imposible con un ruido ensordecedor y con muchos aficionados corriendo a su lado. Se subía a la Bola del Mundo más deprisa a pie que en bici.

Sin embargo, la diferencia no aumentaba. Nibali se tranquilizaba. Tenía delante suyo las motos que circulaban por detrás de Mosquera. La diferencia en los tres kilómetros de hormigón nunca fue superior a los 16 segundos, tiempo suficiente para conservar la primera plaza. Al final, incluso, entraron juntos.