El Barcelona falló en su gran cita contra el Chelsea, pero no es la primera vez que en una ocasión determinante el equipo que entrena Frank Rijkaard ha doblado la rodilla; lo hizo el año pasado en la Copa contra el Zaragoza y en la Liga frente al Celta, cuando aún tenía opciones para ganarla.

Al margen de los recientes fracasos del Barcelona, su fútbol sigue considerándose como un referente y muy aplaudido por la crítica, pero hasta la fecha continúa sin un premio, al margen del liderato que ostenta en la Liga y que deberá defender con uñas hasta el final de la temporada. En los próximos cuatro partidos, el Barca se medirá frente al Athletic, Deportivo, Betis y Real Madrid.

La temporada pasada, tras un decepcionante inicio de Liga, en la que el Bar§a llegó a merodear las posiciones bajas, inició un ascenso meteórico en la segunda vuelta hasta las primera posiciones de la Liga.

En el tránsito hacia la cabeza del campeonato, sucumbió en el campo del Zaragoza en la vuelta de los cuartos de final, después de haber igualado la eliminatoria. Y el 8 de mayo cayó por 1-0 contra el Celta, lo que significó el fin a diecisiete partidos seguidos sin perder y el adiós definitivo a la Liga.

En la noche del martes, Rijkaard volvió a descubrir la falta de carácter de sus jugadores en los momentos decisivos, aludiendo claramente a los primeros veinte minutos, en los que el Barca encajó tres goles.

La candidez defensiva y la falta de determinación acabaron con el equipo, que en el inicio fue inexpugnable en defensa, pero que ha ido perdido solidez en la retaguardia.

Dudas de futuro

La nueva eliminación de la Liga de Campeones vuelve a presentar la incógnita acerca de la fiabilidad del conjunto catalán en los momentos determinantes, algo que originó un cisma la temporada anterior: esta argumentación fue utilizada por el vicepresidente Sandro Rosell para llevar a cabo una revolución, con el relevo de Frank Rijkaard y Txiki Begiristain, y la contratación de otro equipo técnico de perfil ganador.

Pero en el Barcelona existe una dimensión menos pragmática y más romántica que se aferra a la idea del juego bonito y las repercusiones en títulos que reportará en el futuro no muy lejano si el club continúa en esta línea de juego.

Al final, los datos son contundente con el Barcelona y hablan de que, con juego más o menos bonito, lleva casi diez años transitando con más pena que gloria por Europa. Su último éxito fue la Supercopa que se llevó tras superar al Borussia de Dortmund (2-0 y 1-1), competición a la que accedió tras ganar en la temporada 1995-96 la Recopa contra el París Saint-Germain (1-0), con Bobby Robson en el banquillo, cuyo ayudante era Jose Mourinho.

Desde entonces ha llovido mucho, y diluviado más, sobre el barcelonismo en lo que se refiere a las competiciones continentales. El pretexto de la apreciación que tuvo el colegiado Pierluigi Collina, al no señalar una falta de Carvalho a Valdés en el gol (4-2) de Terry le servirá a parte del barcelonismo para desviar la atención en los primeros días tras el nuevo fracaso, pero finalmente tomarán más cuerpo las palabras de Rijkaard, en las que censuraba el talante de su equipo, más allá de la intervención del árbitro.

La angustia para el Barcelona se inicia este fin de semana (sábado, Camp Nou, 20.00 horas) contra el Athletic, contra el que deberá empezar a defender los ocho puntos que tiene de ventaja respecto al Madrid. La presumible ausencia de Márquez y el ánimo abatido del equipo son dos de los obstáculos que deberá superar.