Rafael Nadal ansiaba un triunfo así. Como en los viejos tiempos. Como cuando conquistó el primer Roland Garros en el 2005. Como cuando ganó Wimbledon en el 2008 o cuando se colgó el oro en los Juegos Olímpicos de Pekín, meses después. Una victoria para disparar la adrenalina a tope. Un éxito merecido, trabajado golpe a golpe, ayer sobre la central de Roland Garros, y día a día desde que el año pasado se tuvo que marchar del torneo, cabizbajo, hundido física y mentalmente ante el mismo rival al que ayer destrozó sin dejarle respirar hasta que finalizó el partido con un contundente e inapelable marcador por 6-4, 6-2 y 6-4.

Nadal fue implacable hasta que Soderling lanzó el último revés fuera de la línea de fondo, ya desesperado. Y entonces si. Entonces se dejó caer de espaldas sobre la tierra para saborear el momento. Lo hizo dos veces. En la primera se levantó para ir a saludar a Soderling, pero en la segunda se revolcó feliz en la zona de saque. Allí donde el cañón sueco apuntaba durante 2 horas y 22 minutos para derribarle. Fue su gran momento de éxtasis. Los 14.000 aficionados que habían asistido a su lección de tenis rugían celebrando el triunfo mientras él tendido en el suelo y después sentado en su silla lloraba como un niño. Por su cabeza debieron pasar como un flash todos los malos momentos que ha tenido que superar para volver donde quería. Días de sufrimiento y dudas. Días que sólo él y su familia conocen de verdad. Incluso el sol que se resistió a aparecer durante el partido para hacer aún más dificil la misión brilló en esos instantes para reconocer al nuevo pentacampeón de París como en su día Miguel Induráin lo fue sobre dos ruedas.

UN COLOSO "Ha sido uno de los momentos más emocionante de mi carrera", dijo después de que el campeón italiano Nicola Pietrangeli, que celebraba el 50 aniversario de su primera victoria en París (1959), le entregara la Copa de los Mosqueteros. La besó, la mordió como ninguna de las otras cuatro ocasiones que la ganó. Un año después el viejo rey rugía de nuevo proclamando su poder. Nadie ha podido con él. Desde que pisó la tierra en Montecarlo no ha dejado de ganar hasta reconquistar París. Montecarlo, Madrid, Roma y ayer Roland Garros. Un total de 22 victorias consecutivas y cediendo solo 2 sets. Mejor imposible. "La temporada perfecta" como quería. Nadie en la historia del tenis mundial ha conseguido algo parecido. Ni el mismísimo Bjorn Borg, que desde ayer debe estar temblando ante la posibilidad de que no solo le iguale muy pronto el récord de seis victorias en Roland Garros sino que las supere.

Soderling intentó evitarle a su compatriota ese disgusto. Se sentía fuerte para conseguirlo tras vencer a a Roger Federer, el último campeón, y haber ganado a Nadal el año anterior. Pero no contaba cruzarse con un coloso. Era su segunda final de Grand Slam y llegaba con más experiencia para intentarlo. Tenía armas. Un saque espectacular y poderosos golpes de fondo. Bombas capaces de destrozar a cualquiera. Pero Nadal se las devolvió todas ayer. Se sintió impotente, No pudo aprovechar ninguno de los 8 break points que tuvo.

Nadal lo mandó lejos de la línea de fondo, le devolvió todas las bolas aprovechando la potencia del sueco , buscando ángulos increíbles, le forzó a cometer 45 errores no forzados y hasta le igualó con siete aces . "No me ha dejado entrar en juego. Ha jugado increíblemente bien", dijo.

Cierto. Nadal jugó como ese número uno que hoy volverá a lucir con 8.700 puntos por delante de Federer. Como ese tenista que apunta a ser un grande de la historia y que hoy se irá de París con su séptimo Gran Slam pensando ya en a hierba de Wimbledon. Solo un deseo: "Dejadme disfrutar del momento".