Rafa Nadal ha acostumbrado al tenis tanto a la épica que lo grandioso, lo fuera de lo común, se llega a sentir casi normal. Pero prácticamente nada es usual en lo que ha hecho y sigue haciendo. Su capacidad mental de superarse y enderezar las cosas cuando se tuercen y el espíritu de lucha que eleva su talento y su juego se mantienen incólumes.

Y a todo tuvo que recurrir el martes por la noche en el Abierto de Estados Unidos para conseguir batir en un partido de cuartos de final tan titánico como memorable a un Dominic Thiem gloriosamente enérgico que, en su primer duelo con el de Manacor fuera de tierra batida, llegó a hacer lo que solo otros tres jugadores habían conseguido antes en un Grand Slam: encajar un 0-6 a Nadal.

El partido más largo en lo que va de torneo (se extendió cuatro horas y 49 minutos y fue una batalla exhaustiva sobre la pista y de éxtasis para los espectadores. Y cuando en el quinto set, en el segundo tie break del vibrante duelo, la moneda acabó cayendo del lado del de Manacor y se cerró el marcador con el definitivo 0-6, 6-4, 7-5, 6-7 (4) y 7-6 (5), se abrió para Nadal la puerta a otra cita que tiene todos los ingredientes para hacerse también hueco en la leyenda: las semifinales contra Juan Martín del Potro, un jugador que, como él, sabe lo que es que las lesiones pongan en duda el futuro y se entrega con todo a uno de sus mejores presentes.

«Por supuesto el tenis no es para siempre. Por supuesto sabes que tus oportunidades de jugar este tipo de partidos cada vez son menos. Pero en distintos momentos de mi carrera he tenido lesiones duras y cuando vuelves siempre aprecias las cosas que pasan y les das más valor personal», explicó Nadal tras su victoria.