Las montañas del valle de Sabero, en León, son tierras de mineros, de yacimientos de carbón que llevan más de 25 años cerrados, pero también un territorio para la venganza ciclista, para saldar viejas deudas, batallas perdidas en el Tour, caídas insalvables y que truncan ilusiones, reivindicaciones de los que aspiran a superar retos y mucho, mucho más para mantener viva una Vuelta que ayer empezó a tener un dueño solvente, nada menos que un resurgido Nairo Quintana.

Alto de la Camperona, penetrante olor a alquitrán, al sudor de centenares de cicloturistas leoneses y asturianos, y con la imagen de botellines de cerveza calientes y vacíos recogidos en la cuneta.

Alto de la Camperona, donde gana fugado y con permiso el ruso del Katusha, Sergey Lagutin, y donde los corredores deben subir con desarrollos que en otros tiempos solo se montaban en las bicis de montaña; por ejemplo, Alberto Contador, otro de los resurgidos, ascendió con un plato de 36 y un piñón de 32 dientes, porque solo con un movimiento ligero, de viejo molinillo de café, la bici se mueve en rampas con desniveles del 25%, una auténtica brutalidad, una cuesta propia y común, el sueño de la Vuelta que resucitó de la timidez y el tedio del pasado.

RESURRECCION Día enormemente feliz para un Alberto Contador, que tenía dolor, dudas, rabia y cabreo por su caída del jueves en la meta de la Puebla de Sanabria, rodeado de esprinters que no deberían excitarlo demasiado.

Un Contador que no pudo seguir a Quintana que lo había avanzado junto a Chris Froome, pero que vio en posición de honor como el colombiano del Movistar dejaba clavado al británico, la revancha del Tour, del irreal sueño amarillo de la ronda francesa a la confirmación en rojo, el color del líder de la Vuelta. 33 segundos le sacó Quintana a Froome y 25 a Contador, que en los metros finales de una recta interminable y en cuesta, con viento cálido, desde esa posición de privilegio, después de pillar a Froome, pese al dolor por el accidente del día anterior, sacó esa casta y rabia que solo él posee para arañar ocho segundos de moral al líder del Sky.

"¡Menudo golpe de moral! Temía esta etapa, la que más de toda la Vuelta". Y pronunciada la frase, con alivio, cojo tras bajarse de la bici, Contador se abrazó con su séquito, con Ivan Basso, que lo asesora, y con su mecánico Faustino Muñoz.

Pegado a Froome y también en compañía del bravo Sergio Pardilla, llegó el ciclista incombustible, el que vive para el reto, el que en el alto de la Camperona no se cruza ni la mirada con Quintana, cada uno a lo suyo. Era Alejandro Valverde, segundo de la clasificación general, para demostrar que no hay obstáculo que lo frene. "Yo no es que haya ido mal si no que otros han ido más rápido que yo". Y lo dice bromeando, refiriéndose a Quintana, integrante de su equipo, y a Contador, que no se rinde.

TURNO DEL NARANCO Mientras, Quintana, feliz, porque es el líder y porque recuerda que la última vez que luchó por la Vuelta acabó en una ambulancia tras caerse a las afueras de Pamplona, habla de patria y de Colombia, pero lo hace mirando de reojo a sus dos principales rivales.

"¿A quién temes más, a Froome o a Contador?", se le pregunta. "A los dos", responde. Y de rojo llegará hoy al alto del Naranco, otra mítica montaña, en Oviedo, y otro duelo al sol de la Vuelta. Aunque algo eclipsada por coincidir su inicio con el final de los Juegos Olímpicos, la carrera va cogiendo brillo y emoción.