Adrian Sutil, un jovencito alemán sin palmarés alguno en la F-1, entró en éxtasis cuando rozaba el podio con su modestísimo Force India a pocas vueltas del final. Instantes después, lloraba desconsoladamente tras ser embestido por un campeón del mundo sobre un poderoso Ferrari. Mónaco es así. Todo cambia en un suspiro cuando la lluvia aparece en las calles de Montecarlo.

La gloria o el desastre van saltando de coche en coche como la bolita de su famosa ruleta. Kimi Raikkonen, Felipe Massa, Robert Kubica, incluso Fernando Alonso, todos vieron en un momento la carrera de cara, atisbaron la posibilidad de ganar. Pero la bola se detuvo en el número 22, el McLaren de Lewis Hamilton, que encontró en el resbaladizo monegasco el aliado perfecto.

Aprovechó el error en la salida de Raikkonen --patinó-- y le rebasó con facilidad antes de la primera curva de Santa Devota. Alonso adelantó a Nico Rosberg y se colocó tras Robert Kubica.

CORRER A CIEGAS Los guardarraíles esperaban, como francotiradores apostados en cada curva, el más ínfimo error de pilotaje para acuchillar los neumáticos y destrozar alerones. Imposible ver nada tras la cortina de agua, inviable mantener el coche sobre las bacheadas calles llenas de agua y charcos. Comenzó la criba. Hamilton fue la primera víctima. Reventó su neumático al golpear la valla en la bajada a la piscina. Suerte que solo fue una rueda, que estaba ya al lado de su taller, y, sobre todo, que pudo repostar también gasolina, antes de que el pit se cerrara cuando el coche de seguridad entró en pista al desguazar Coulthard y Bourdais sus coches junto al Casino. Gracias al coche de seguridad, el error solo le costó dos puestos y en su repostaje se ahorró 20 segundos, los que necesitaba para imponerse a los Ferrari. De un problema, una solución; de un error, la llave para el triunfo.

Massa, en cambio, perdió 40 segundos en sus paradas, lo mismo que Robert Kubica. El polaco, con una carrera impecable, puede quejarse de mala suerte, pero no el brasileño que vio como su Ferrari salía sin un rasguño de una salida de pista en Mirabeau.

ERROR DE CAMPEON Los errores de equipo, los propios y el mal fario condenaron a los dos campeones. Raikkonen fue castigado con un drive through , un paso por la línea de boxes, porque sus mecánicos no habían terminado de colocar sus ruedas en la parrilla a la señal de tres minutos. Cuando era quinto tras Sutil cuando, entraba por segunda vez del coche de seguridad por el espectacular accidente de Nico Rosberg. Y Kimi se precipitó. En la vuelta de reanudación intentó adelantar a Sutil con los neumáticos aún fríos. Su Ferrari comenzó a dar bandazos y se llevó por delante los sueños del alemán.

Alonso y Renault siguieron el mismo camino. El asturiano golpeó la valla del Casino y reventó un neumático en la vuelta ocho, pero el coche de seguridad ya estaba en pista y no pudo repostar. Montó neumáticos de agua extrema y volvió séptimo a la pista, en la que aún llovía. Rebasó a Mark Webber en una gran maniobra en la bajada a Mirabeau y, envalentonado, se fue a por Heidfeld. Y como Kimi, se precipitó. Eligió el peor sitio, Loew, la curva más cerrada. Intentó colarse por dentro cuando el alemán tomaba el vértice. No había hueco y solo podía acabar en colisión. Dejó su alerón delantero en la maniobra. Volvió a entrar en su garaje, cargó gasolina para 30 vueltas más y volvió a montar ruedas de lluvia extrema, cuando sus rivales montaban mixtas. Se fue a la cola y, cuando la pista se secó, el coche apenas se tenía con unos neumáticos sobrecalentados que se hicieron papilla a la misma velocidad que el orgullo de quien había vencido en Mónaco en los dos años anteriores.