Estaba en vísperas de la contrarreloj en la que se jugaba ganar la carrera más importante del mundo y en un ambiente hostil, pero eso no le impidió quedarse dormido mientras veía una película junto a su compañero de habitación, Benjamín Noval. "Llevábamos 10 minutos de película cuando me preguntó: ¿Esos son los buenos o los malos? Y, por lo visto, ya no contesté". Con esa tranquilidad, impropia de una chaval de 24 años, afrontó Alberto Contador el momento decisivo del Tour de Francia. Durmiendo "como un niño", como siempre dice.

Noval se quedó solo viendo la película Flyboys. Héroes del aire, una superproducción sobre la escuadrilla Lafayette, en la que se alistaron jóvenes americanos para luchar por Francia en la primera guerra mundial.

Nervios matutinos

Todo cambió por la mañana. "Está nervioso", decía su entorno. Aunque no era esa la sensación que daba cuando, junto a Levi Leipheimer, se puso a hacer rodillo tres cuartos de hora antes de tomar la salida y escuchaba música en su mp3, abstraído del mundo.

Abrigado con un maillot del Discovery, el líder solo dejaba ver las perneras amarillas del mono con el que iba a disputar la contrarreloj. Muy distinto a su rival, el australiano Cadel Evans, que unos metros más allá calentaba a pecho descubierto, con la cremallera del mono bajada hasta el ombligo. Ambos, eso sí, con algodones empapados en suero en la nariz. Ante la que se les venía encima, convenía tener bien despejadas las vías respiratorias.

Mientras tanto, George Hincapie, el otrora fiel escudero de Lance Armstrong, disputaba al máximo la etapa. Había que aportar las mejores referencias posibles para guiar el camino del líder. Al llegar a la meta, confirmó que Contador es humano: "Alberto esta bastante nervioso. Es normal".

Diez minutos antes de su salida partió hacia la rampa de lanzamiento. Debe de ser duro ver alejarse al rival y no poder seguirle. Pasa un minuto. Otro. Se prepara. Un juez de carrera le sujeta la bicicleta mientras él busca una posición que no acaba de encontrar. Empieza la cuenta y se santigua. Ahora sí, empezamos.

El pedaleo de Armstrong

Cuenta 1.50 minutos de margen y toma las primeras curvas con precaución. Pronto echa mano del bidón. ¿Mala señal?

Nunca se sabe. Mientras Evans solo avanza, la bici de Contador se mueve de lado a lado. Eso sí, el español avanza con un pedaleo ágil, el célebre molinillo que hizo famoso el haptacampeón, Lance Armastrong.

Al recoger el jersey amarillo, saca, ahora sí, toda su alegría. Brazos en alto, puños apretados y golpes al aire. Una, dos, tres veces. Ahora sí, lo siente suyo porque lo ha tenido que sudar. Como todo en su vida. Incluso la vida misma. "Hace dos años estaba en el hospital luchando por llevar una vida normal tras un derrame cerebral. Por suerte se pudo solucionar y esta es la consecuencia", dice mientras se quita la gorra y enseña la cicatriz que le atraviesa la cabeza de oreja a oreja. Lo suyo es un triunfo de la vida. Por eso no entiende el ambiente de funeral de la rueda de prensa.