Y la luz se hizo. El París de Anquetil, Merckx, Hinault e Induráin, el París de los grandes campeones, se iluminó ayer con su mejor luz para recibir al jersey amarillo que más se ha emocionado sobre el podio de los Campos Elíseos. Vincenzo Nibali, líder desde el segundo día, cuando todavía estaban todos en carrera, más fuerte en las piedras del Norte, donde comenzó ya a sentenciar la prueba con tan solo cinco días de competición, e intratable en la montaña.

Los números del ciclista italiano, de 29 años, han sido aplastantes. El segundo de la general, Jean-Christophe Péraud, llegó ayer a la capital francesa, donde Marcel Kittel ganó su cuarto esprint, a 7.52 minutos, la mayor diferencia desde 1997.

Nibali ganó sin discusión, sin ninguna duda por las ausencias, ya que caerse, por desgracia, forma parte del guion del Tour. Tanto es así que ya en los Campos Elíseos, con la carrera lanzada, Péraud se fue al suelo y por momentos peligró el doblete francés. Pero no, este no iba a ser tampoco el Tour en el que Alejandor Valverde subiera al cajón.

Nibali iluminó el podio, donde sonó el himno italiano, donde por fin los seguidores locales disfrutaron al ver por primera vez en 30 años dos banderas de su país izadas con la colosal imagen al fondo del Arco del Triunfo, con un dominio que ni siquiera un Lance Armstrong borrado de la leyenda logró.

Y se convirtió en el séptimo italiano que ganaba la carrera de las carreras, tras los pasos de Ottavio Bottecchia, Gino Bartali, Fausto Coppi, Gastone Nencini, Felice Gimondi y Marco Pantani. "Para mí es muy difícil parangonarme con Pantani. Y mi Tour con el suyo. El se vistió de amarillo en la tercera semana y yo, desde el segundo día".

Llegó para evidenciar lo que comenzó a demostrar en el 2010 cuando ganó la Vuelta, lo que confirmó el año pasado venciendo el Giro. "He ganado el Tour porque soy un ciclista de tres semanas, lo que empecé a ver con mi triunfo en la Vuelta, el que dio un cambio a mi carrera".