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Duchado y cambiado hablaba ayer con sus compañeros en el interior del autocar del Caisse d´Epargne, aparcado a unos 200 metros de la línea de llegada que Luisle Sánchez cruzó en primera posición. Ya tenía guardado el dorsal acabado en uno, el que identifica al jefe del equipo, el que lleva, por ejemplo, Alberto Contador en el Astana. Les preguntaba qué tal lo habían pasado en las dos ascensiones por tierras francesas, las subidas a Port y Agnès. El no las había visto. Ni por la tele. El, mientras sus compañeros rodaban camino de Saint-Girons, viajaba en vehículo, no en carroza, porque a ningún ciclista le gusta abandonar el Tour. Y menos cuando se ganó hace tres años.

Llegó Oscar Pereiro a Mónaco con diversas sensaciones en el cuerpo. Estaba cabreado porque no habían dejado participar a Alejandro Valverde, y a él le interesaba la presencia del murciano; es amigo y con él en concurso goza de libertad de movimientos, que es lo que le gusta. Se notaba bien, bien porque en el Dauphiné Libéré se encontró en forma y ayudó eficazmente al Bala, o sea a Valverde, a conseguir la victoria. Sin embargo, tenía un temor. "Llevo más de 70 días de competición. Quizá es demasiado. No sé si me he excedido un poco", cuenta el gallego.

Pérdida de esperanza

Las ilusiones comenzaron a desvanecerse cuando se montó en la bici y enfiló los primeros kilómetros de la contrarreloj monegasca. No era su pedaleo. Lejos de Armstrong y a años luz de Contador y Cancellara.

"Buscaré una victoria de etapa. Ya sé que no me dejarán coger mucho tiempo porque me conocen, pero creo que podré lograr un triunfo", se animaba a sí mismo. Pereiro era conocedor de que era imposible repetir la historia del 2006, la ya legendaria fuga de Montélimar, que le coronó de amarillo y fue la clave para que después obtuviera la victoria en el Tour, tras la descalificación de Floyd Landis por dopaje. Pero miraba el pulsómetro y los números que veía en la pantalla no le gustaban. Las pulsaciones no subían por el cansancio.

Continuaba animándose. "Me descolgué a falta de tres kilómetros --explicó en Arcalís--. A ver si ahora ya me dejan fugar. Quizás mañana". Y el mañana fue ayer. Y ayer, precisamente, Pereiro estuvo muy lejos de una escapada, muy lejos de todo, de tanto que en el Envalira, donde no se subió tan rápido, pese a los ataques de Evans y el menor de los Schleck, se descolgó del pelotón. Lo hizo antes de que muchos culos gordos se resintieran. Eso no era normal; mucho menos para un ciclista que fue jersey amarillo. "Era fruto del cansancio. Las pulsaciones no subían y así no podía seguir".

El gallego se fue comiendo el coco. Y cuando esto pasa la cosa siempre va a peor. Pereiro se encerró en sí mismo. No creyó en él. La bici no avanzaba. El pelotón principal no es que estuviera muy lejos, pero entendió que iba a perder un tiempo de escándalo, impropio para un ciclista que ha ganado esta carrera. "No he ido bien, nada bien". Llegó al control de avituallamiento. Y sin ninguna motivación, cansado de todo, se apeó del Tour y subió al coche del equipo.