Ocurrió justamente hace hoy 20 años y nadie que estuviese allí o lo siguiese por televisión en Extremadura puede olvidarlo, aunque quiera. El Cáceres CB perdía la final de la Copa del Rey de baloncesto ante el Festina Joventut (71-79) después de desperdiciar 17 puntos de ventaja en la segunda parte. El marcador llegó a ser de 51-34 en el minuto 23, pero todo dio la vuelta rápidamente en lo que fue un ejemplo perfecto de la cara oscura de la imprevisibilidad del deporte.

Dos décadas ya: Joaquín Sabina era número 1 con canciones que todavía contaban algo («Y sin embargo»); el euro todavía era un proyecto y José María Aznar mandaba en España y Juan Carlos Rodríguez Ibarra, en Extremadura. Yo tenía un pelazo, 22 añitos y el periódico me mandó con un portátil enorme y una ilusión aún más grande a cubrir el tema a León, como dentro de unos días iré a la Copa de la Reina de Girona con el Al-Qazeres.

Aquello sigue considerándose en el imaginario colectivo del deporte regional y del baloncesto local como un momento profundamente ambiguo: se demostró que éramos capaces de codearnos con los mejores, pero sin completar del todo el éxito. Como en fútbol: ni Extremadura ni Mérida lograron nunca la permanencia en Primera.

Quizás todo hubiese cambiado si Enrique Fernández hubiese levantado la copa de campeón y no la de subcampeón con esa mirada tan triste. La foto (analógica y en blanco y negro, claro) captada por el malogrado Enrique Ache (saludos, amigo), mil veces publicada en este diario ya (hoy, 1.001) contiene una terrible mezcla de sensaciones en sí misma. A mí lo que me viene a la cabeza es la comparación con el penalti fallado por Miroslav Djukic en la última jornada de la Liga de fútbol de 1994. El Deportivo tendría al cabo de los años la ocasión de redimirse llevándose el título, pero el Cáceres no, descendiendo en 2003 y desapareciendo definitivamente en 2005 por la inviabilidad económica del proyecto.

Todo supo a magia, pese al frío, pese a aquel bocadillo de calamares tan horroroso que nos comimos rápidamente a modo de almuerzo el día del partido porque había que hacer apresuradamente 14 o 15 páginas para el día siguiente. El Cáceres estuvo muy apoyado desde la grada en cuartos de final (ante el Estudiantes) y semifinales (salvaje la victoria frente al Barça de Djordjevic), pero la apoteosis llegó en el choque ante el Joventut. El éxodo llegó a más de mil personas llegadas desde el sur, una retahila de autobuses y coches particulares ilusionada y finalmente defenestrada. Y eso que entonces la final se jugaba un lunes para no compartir ‘foco’ con el fútbol.

Pensábamos que podíamos abrazar la gloria, pero la magia volvió en contra, como si en un truco de David Copperfield la ayudante terminase serrada por la mitad. Aquella vez lo único que ocurrió es que un jugador prácticamente retirado como Xavi Crespo --abandonaría el basket unos meses después-- enganchó tres triples consecutivos que iniciaron la remontada catalana. El menor descanso del que había disfrutado el Cáceres y un entrenador y un base que acabarían cambiando de bando unos años después como Alfred Julbe y Andre Turner hicieron el resto.

En casa me lo grabaron en vídeo y la cinta VHS sigue ahí abajo, en mi trastero, cogiendo polvo junto a los apuntes de 3º de BUP y esa impresora que ya no imprime. 20 años y no he podido ver el partido otra vez, aunque años después me lo descargué. Todos sabemos dónde estábamos aquel día, sin saber muy bien si queremos borrarlo de nuestras cabezas o no.