La edad límite de jubilación no es un problema para él. Dice que su secreto es hacer lo que más le gusta, por eso Bernie Ecclestone no piensa retirarse. Esta semana cumplió 80 años apenas tres día después de inaugurar en Corea un nuevo gran premio, otra ingente cantidad de dinero para la F-1, para su bolsillo, para ese patrimonio de 3.000 millones por el que Forbes le sitúa entre los hombres más ricos del mundo. "¿Que si me veo dirigiendo esto a los 90? Por supuesto que sí. Absolutamente. La gente se retira cuando muere. Según estoy ahora mismo, ¿por qué parar? Lo hago porque me gusta".

Ataque aéreo

El Tío Bernie tiene dos pasiones: las carreras de coches y ganar dinero. La segunda floreció pronto. Nació en el seno de una familia humilde de Inglaterra. Su padre era pescador y su madre, ama de casa. Pasó su infancia en la pequeña aldea de Suffolk. Para ir a la escuela, situada en otro pueblo a más de una hora de camino, tenía que desplazarse en tren. Ya desde muy joven comenzó a hacer negocios. Compraba pasteles y pan caliente, artículos que vendía luego en el colegio para sacar algo de dinero. "Siempre me ha gustado, cambiaba chicles por gomas, lápices por pasteles", recuerda el ahora octogenario hombre de 1,60 que maneja con mano de hierro el negocio de la F-1. Lo ha hecho desde hace 30 años, a pesar de que muchos intentaron quitarle del medio. "Creen que me tienen agarrado por las pelotas, pero no tienen las manos suficientemente grandes", dijo en una ocasión, durante uno de los farragosos procesos de compraventa de participaciones, empresas pantalla, capitalizaciones y quiebras que le ha llevado a seguir manejando los ingresos de la F-1. El último tuvo lugar tras la quiebra de Lehman Brothers, una de las empresas a la que había vendido parte de su negocio.

Realmente solo ha logrado arrebatarle un dólar su exmujer Slavica Radic, una modelo croata 48 años más joven, a la que pagó 640 millones de euros, el divorcio más caro de la historia. "Tampoco es tanto dinero", dijo con flema Bernie. "Ella quería ser su propia jefa y no iba a ser yo quien se lo impidiera". Su nueva novia es una bella portuguesa de 34 años. "El sexo y el dinero mueven el mundo", suele repetirse.

Siempre se ha considerado afortunado, tras sobrevivir a un ataque aéreo durante la Segunda Guerra Mundial. Dejó el colegio a los 16 y encontró un trabajo en la empresa municipal de suministros eléctricos. Le apasionaba el motor, las carreras, pero en sus inicios se fijó en las dos ruedas. Se hizo socio de un negocio de motos y, todavía adolescente, llegó al deporte del motor como copiloto de un sidecar. Más tarde confesó que le costaba mucho mantenerse sujeto en las curvas y que en cada vuelta estuvo "a punto de morir".

Así que se pasó a las cuatro ruedas, de tal forma que estuvo presente en Silverstone durante la primera carrera de la historia de la F-1 (1950). En realidad siempre quiso ser piloto, aunque comenzó a ganar dinero con la compraventa de solares, fincas y coches. "Si quieren encontrar a mi sucesor, búsquenlo en un compra-venta de coches usados", dice elogiando al sector. Esa era su forma de costearse su gran pasión: ser piloto de carreras. Lo intentó en el GP de Mónaco de 1956, pero no obtuvo el crono necesario en la calificación. Su talento para eso era limitado, pero para los grandes negocios no tenía fin. Pronto se hizo mánager de Stuart Lewis-Evans, que murió tras un accidente. Luego agarró los asuntos de Jochen Rindt. Cuando el austriaco murió en Monza el 5 de septiembre de 1970, Ecclestone se llevó su casco ensangrentado.

El dolor por la pérdida de aquel amigo aún le atormenta, igual que el recuerdo del único campeón del mundo póstumo. Llevó los asuntos de dos pilotos y los dos murieron, así que Ecclestone se dijo que no llevaría a un tercero. Tras la muerte de Rindt, compró el equipo Brabham y creó la entonces asociación de constructores de F-1. En 1977 se hizo con los derechos publicitarios, y un luego con los de retransmisión. Ahí empezó a forrarse.

Su golpe para hacerse con el control tuvo lugar en el GP de España de 1980 en el circuito del Jarama. Con la excusa de unas sanciones de la Federación Internacional a algunos pilotos, Ecclestone montó una revuelta contra el entonces presidente Jean-Marie Balestre. Los pilotos jugaban al fútbol en la recta mientras se decidía si habría carrera o no. Y se celebró, aunque no fue puntuable, porque solo tomaron parte los equipos ingleses. Fue el principio del fin para Balestre, y el comienzo del control de Bernie, que convenció a las escuderías para agruparse y mejorar sus ingresos por derechos publicitarios y de televisión. Su abogado era Max Mosley, a la postre, sustituto de Balestre en la FIA.

Siempre he dicho que Max habría sido un gran primer ministro", asevera Ecclestone, una afirmación que va más allá de la amistad. Mosley es hijo del fundador del partido nazi inglés y dos años atrás fue sorprendido en una orgía con prostitutas ataviadas con uniformes alemanes. "Hitler asumió las riendas de un país en quiebra y lo transformó en poderoso, demostrando lo que se hace si se cuenta con el poder y sin tener que rendir cuentas", llegó a decir Ecclestone, aunque luego se disculpó.

La F-1 le respeta, le teme y le aprecia. "Ha hecho mucho por este deporte y yo espero que todavía siga muchos años", reflexiona Fernando Alonso. Tras un infarto y tres baipás en 1999, parece que hay Ecclestone para mucho rato todavía.