Panathinaikos: Diamantidis (15), Becirovic (6), Siskauskas (20), Dikudis (2), Batiste (12) -cinco inicial-, Hatzivretas (10), Alvertis (-), Tomasevic (16), Vujanic (12) Tsartsaris (-) y Delk (-).

CSKA: Holden (11), Torres (9), Langdon (16), Smodis (18), Savrasneko (4) -cinco inicial-, Papalukas (23), Andersen (4), Van der Spiegel (6), Pashutin (-) y Ponkrashov (-).

Arbitros: Mitjana (ESP), Lamonica (ITA) y Belosevic (SRB). Excluyeron por personales a Becirovic (m.40), Torres (m.40), Van der Spiegel (m.40) y Langdon (m.40).

Marcador por cuartos: 18-17, 46-36, 65-57 y 93-91.

Incidencias: Encuentro correspondiente a la final de la Euroliga 2006-07 disputado en el Pabellón OAKA de Atenas ante unos 18.400 espectadores.

La Euroliga 2007 consagró al Panathinaikos y al serbio Zeljko Obradovic en el olimpo de los campeones europeos, al que la formación griega ya ha subido tres veces bajo la batuta del técnico serbio y éste en media docena de ocasiones, la última, en Atenas, su propia casa, pese al derroche de calidad y deseo del CSKA Moscú ruso, que defendía título y luchó por él con uñas y dientes de principio a fin.

El ganador de Praga 2006 perdió la ocasión de hacer doblete en la cima del continente por primera vez en la historia, pero hay que decir en su honor que enfrente tuvo a un equipo tocado por los hados. Obradovic y los verdes jugaron un encuentro extraordinario, implacable, tan sobresaliente que sometió al abundante arsenal de talento que los rusos reúnen en el técnico italiano Ettore Messina y una plantilla que solo ha perdido tres partidos --final incluida-- a lo largo de toda la competición esta temporada.

El CSKA cayó ante un rival enorme y ante una afición espectacular. También ante un entrenador enorme, un fagocitador de títulos que ya acumula seis y ha hecho campeones a cuatro equipos distintos: Partizan (1992), Joventut (1994), Real Madrid (1995) y, por tercera vez, al Panathinaikos (2000, 2002 y 2007).

Los griegos desplegaron todo el baloncesto que atesoran, que es mucho y del mejor. La línea exterior formada por Dimitris Diamantidis, Nikos Hatzivretas, el esloveno Sani Becirovic y el serbio Milos Vujanic los acribilló, los torturó con una eficacia demoledora, con un aplomo propio de los grandes campeones.

La final adquirió una tensión impresionante en cada posesión, en cada pase y en cada rebote. Dos equipos con méritos muy parecidos para alzarse con la corona continental buscaban la forma de decantar una balanza equilibrada al máximo.

El cóctel de Obradovic desprendía el inconfundible tintineo de los campeones, lo que no le libró de sufrir hasta el final.