Acabó derrumbado en el suelo. Cayó casi a peso al parquet. El balón había rebotado en el tablero y no quiso entrar después de tocar el aro para coronar a España. Como sí lo había hecho 2.37 segundos antes con el tirito de Holden.

El tiro de gracia que acabó con la gran ilusión de la selección: conquistar esa corona continental que le sigue siendo esquiva incluso para todo un campeón del mundo. Pau lloraba. Su hermano, Marc, salió corriendo del banquillo para acercarse a su hermano mayor, igual que el resto de compañeros, todos con la amargura marcada en el rostro.

Gasol no tenía consuelo. No podía haberlo. Ni le servía casi el gesto de enorme deportista de Andrei Kirilenko, que casi sin celebrar el éxito de Rusia se fue a abrazar a su compañero de generación, de tantos pulsos, en Europa y en la NBA. Cuando se levantó del suelo, el de Sant Boi se cruzó con Carlos Jiménez, el capitán silencioso que también lloraba, y le dio una palmada de disculpa, como diciendo: "Lo siento". Gasol lo había intentado, pero no se llevó esta vez la gloria.