Barcelona ya no podrá decir que ha organizado la mejor ceremonia inaugural de la historia. Lo fue en su momento, y así se reconoció y valoró, porque además rompió moldes y abrió nuevos caminos. Pero la fiesta de apertura de ayer en Pekín superó todo lo hecho hasta el momento. Es verdad que Steven Spielberg renunció a colaborar hace unos meses, presionado por los movimientos a favor del Tíbet, pero el espectáculo del director de cine chino Zhang Yimou, autor de películas como La linterna roja y La casa de las dagas voladoras fue soberbio, comenzando por la utilización de todas las tecnologías para crear emociones y acabando --¡y qué final!-- con el encendido del pebetero a cargo del exgimnasta Li Ning, creador por cierto de la firma de material deportivo que equipa a la delegación española.

La emotividad, el suspense y la precisión de la flecha del arquero Antonio Rebollo que iluminó la noche de Montjuïc hace poco más de 16 años fue superada por la audacia y la espectacularidad de Li Ning, flotando en el cielo del Nido del pájaro, el Estadio Olímpico, y corriendo por su cornisa interior dejando tras de sí una estela de imágenes hasta llegar, tras dar toda la vuelta olímpica, al pebetero. Pasaban 10 minutos de la medianoche y acababa la mejor ceremonia olímpica que se ha visto.

TRADICION Y TECNOLOGIA La abundancia de tecnología y el movimiento ingente de masas --unas 15.000 personas escenificaron los actos de la obra-- podía haber ido en perjuicio del sentimiento, pero no fue así. Todo fue delicioso en la bochornosa noche pequinesa, a pesar de la cual las banderas flameaban al viento. Hasta este detalle fue pensado en los tres años que Zhang Yimou y su equipo han dedicado a preparar la apertura olímpica de China al mundo. Solo un fallo: el micro puesto en boca del presidente del COI, Jacques Rogge, no funcionaba bien.

Pero el mensaje llegó claro y nítido. La historia centenaria del país asiático desfiló por delante de los ojos atónitos y emocionados de 91.000 espectadores con una sucesión de maravillosos pasajes. Una pantalla gigante (147 por 22 metros) en el suelo del estadio --que se abría para deparar apariciones como la un globo terráqueo-- hizo de nexo de unión del espectáculo, con tambores luminosos, hadas volando, pergaminos mágicos, barcos remando por el camino de la seda, hombres bombilla y astronautas. "Un mundo, un sueño", reza el lema olímpico. Y ayer el mundo soñó.