Vaya tostón". No lo decía el público. Lo exclamaba Fran Pérez, debutante en el Tour, mientras ascendía por las escaleras del autocar del Caisse d´Epargne. "Los que iban delante han decidido ir lentos, ¿por qué íbamos a apretar los de atrás", justificaba su compañero Alejandro Valverde. "Ha sido un aburrimiento", admitió Eusebio Unzué, el director de ambos. Incomprensible. El pelotón del Tour llegó ayer a Compiègne, meta de la tercera etapa, a la media de 35,8 kilómetros por hora, un promedio digno de una marcha cicloturista.

¿Qué pasó? ¿Fue una protesta de pedales caídos? "No. Qué va --comentó Iñigo Cuesta, el veterano hombre de confianza de Carlos Sastre en el CSC--. Aquí, en el Tour, ¿de qué vas a protestar? Se ha decidido ir lento; sin más". La apatía general se apoderó del pelotón durante 204 de los 232 kilómetros de la etapa más larga de esta edición del Tour de Francia.

Cuando a las tres de la tarde todavía faltaba por disputarse un centenar de kilómetros, comenzaron a sonar las alarmas. ¿Llegarán de noche como en los Tours de la primera década del siglo XX "¿Por qué van a ir rápidos Total, ya sabemos lo que ocurrirá. No merece la pena pegarse un palizón". Era la respuesta telefónica de Joxean Fernández Matxin, el director del equipo Saunier Duval.

ESCENAS IMPROPIAS Eran aquellos instantes impropios del Tour. Los escapados circulaban con el plato pequeño para ahorrar fuerzas, mientras buena parte del pelotón se paraba a orinar. Parecía que iban parados. Un buen cicloturista, en esa fase de la etapa, habría aguantado sin problemas el ritmo que imponía el pelotón.

En Compiègne, en la meta, el público, otra asistencia masiva, aprovechaba para tumbarse en la hierba y echarse una siesta. Era como si el pelotón hubiese decidido firmar el armisticio del Tour 2007, precisamente camino de la ciudad donde se rubricó el de la Primera Guerra Mundial el 11 de noviembre de 1918 y también donde Juana de Arco fue capturada el 23 de mayo de 1430. Había tiempo suficiente hasta para instruirse en temas históricos.

REACCION TARDIA Solo a 32 kilómetros de la meta la jornada se empezó a asemejar a una etapa del Tour. Allí todos tuvieron que apretar porque, si no, la escapada consentida del día, de claro color local, podía sorprender a los equipos de los velocistas. Cédric Vasseur, veterano y antiguo líder del Tour, fue el encargado de poner fin a la tregua. Su jefe y jersey verde, Tom Boonen, quería pelear por la etapa.

Boonen se quedó sin premio. Fabian Cancellara se tomó el último medio kilómetro de etapa como si fuera una contrarreloj, especialidad de la que es campeón del mundo. Al menos el triunfo del jersey amarillo fue un obsequio que acabó con el aburrimiento y demostró que programar etapas de más de 200 kilómetros no sirve más que para correr a ritmo de caracol.