Lance Armstrong nunca se mueve solo. Ni antes cuando era el jefe indiscutible, ni ahora que quiere serlo de nuevo. "Ya no soy el jefe como antes, pero probablemente este no es mi último Tour", anunció ayer por la tarde en la televisión francesa. Seguirá en el 2010, conocedor que desde su última retirada, en el 2005, han cambiado algunas cosas. La principal es que ahora existe Alberto Contador y antes era un niño.

Ha variado también el proceder de Armstrong. Su vía de comunicación principal es la red social Twitter. Se divierte colgando lo primero que se le ocurre, desde anunciar la visita que Robin Williams hizo ayer al autocar del Astana, hasta una cita de Gandhi: "La fuerza no proviene de la capacidad física. Proviene de una voluntad indomable".

Y sin duda, Armstrong tiene una voluntad indomable, un espíritu de superación incuestionable, un hambre voraz de victoria y un afán para hacer posible lo que parece inalcanzable. Va camino de los 38 años, se ha pasado tres temporadas enteras sin competir y tras nueve etapas y 1.377 kilómetros de Tour, se encuentra situado en la tercera plaza de la general a solamente 8 segundos del jersey amarillo, que se le escapó en Montpellier por 22 centésimas.

Oficina en la habitación

Armstrong es el único ciclista del Astana que duerme en habitación individual. Allí fija también su oficina, porque si ha vuelto no lo ha hecho solo para competir y para conquistar el Tour. Que nadie se crea que está aquí para ayudar a Contador.

"Alberto Contador es joven y ambicioso. Yo le entiendo. He ganado esta carrera muchas veces y comprendo que él también quiera vencer en París. Pero yo también deseo ganar de nuevo", dijo ayer en la entrevista mencionada. La habitación es su despacho donde coordina personalmente el nuevo impulso en su campaña para recaudar fondos que sirvan para investigar nuevas vías para combatir el cáncer.

Ha vuelto a poner de moda la pulsera amarilla, el símbolo de su proyecto Livestrong. Medio pelotón del Tour, tanto los que corren como los que siguen la prueba, se la ha puesto de nuevo en la muñeca.

No cobra del Astana, pero sí de sus patrocinadores, principalmente Nike, que lo apoya en su cruzada contra el cáncer. O, también, de la marca de bicis, de cascos y hasta de gafas, en este último caso con contrato vitalicio.

Nunca se mueve solo. Mark Higgins es como su escudero, su mayordomo, que le lleva la maleta y hasta atiende llamadas privadas. Bill Stapleton es su mánager y agente, el de toda la vida. Lo sigue también a todas partes junto a su ayudante Bart Knaggs. Liz Kreutz es su fotógrafa privada, que capta continuamente las imágenes que el corredor le deja tomar y Alex Gibney, el realizador de un documental que se proyectará en EEUU. Tampoco hay que olvidarse de sus dos guardaespaldas.

Y así y todo, aún le queda tiempo para correr. ¿Cómo es su relación con Contador? Pues nula. Se sientan en la misma mesa, normalmente distanciados; Armstrong habla con su amigo Levi Leipheimer y Contador con Haimar Zubeldia.

Contador le evita en comunicados. Nunca sale el nombre de Armstrong. El tejano intenta suavizar la relación. Por eso, de vez en cuando, le lanza algún piropo en su página del Twitter. "Habrá que reparar el pavimento en los tramos en los que Alberto fue tirando", escribió tras la contrarreloj. Sin embargo, no puede soportar que un chico de Pinto se haya subido a sus barbas. Es lo único que distorsiona su guión para ganar por octava vez. "Debo ser honesto. Hay algo de tensión entre nosotros", admitió en la televisión francesa.