En el fútbol hay jugadores que se pierden en categorías inferiores a Primera y Segunda División, pese a tener condiciones más que sobradas para militar en equipos de postín. Es el caso, en mi opinión, de Enrique, del Cacereño, que últimamente vuelve a destacar sobremanera en su equipo como ya lo hiciera el pasado año.

Es Enrique un jugador atípico: no tiene una gran técnica, no suele ser goleador (aunque hace dos temporadas, sus cifras fueron espectaculares), pero tiene una cualidad que le hace grande: la velocidad, que se traduce en verticalidad, ya que él sabe transformarla para el bien del equipo. El jugador de Azuaga, cuando está en forma, explota su rapidez y destroza con facilidad a los defensas, de tal forma que de sus privilegiadas piernas nacen, al menos, un par de oportunidades por encuentro, una estadística nada común.

Enrique es el jugador más determinante del Cacereño, bajo mi punto de vista más incluso que Julio Cobos. Sus condiciones atléticas revolucionan los partidos con gran facilidad. Provoca penaltis --algunos lo son, otros no--, incordia a los defensas, asiste a sus compañeros y es un constante peligro para el rival.

¿Por qué Enrique no ha llegado más lejos? Uno, particularmente, no lo entiende. En su día se fue a Algeciras, pasó por Motril y volvió a Cáceres, donde vuelve a exhibirse. Su partido del domingo anterior en Badajoz fue espectacular. Futbolistas de este calibre no abundan precisamente, y no sólo en Segunda, sino incluso podría pensarse que en la mismísima Primera División.

Para disfrute del fútbol extremeño en general y del cacereño en particular, Enrique sigue entre nosotros, deleitándonos con sus carreras, sus centros atrás y su particular manera de entender el fútbol. Egoístamente, me alegro de que esto sea así. Pero al mismo tiempo veo un partido de otra categoría y sigo sin explicármelo. Ellos se lo pierden.