Hace doce años, al poco de regresar a Extremadura, después de algunos años como emigrante --tenemos que asumir nuestra historia y no avergonzarnos de lo que hemos sido como punto de partida para aceptar lo que somos y mejorar como pueblo--, se conseguía, por primera vez, algo impensable para cualquier extremeño: que un club de los nuestros jugara en Primera División de fútbol, tras la victoria del Mérida que por entonces presidía Pepe Fouto en Eibar. Nos faltó la televisión para disfrutar en directo de aquella hazaña...

Al año siguiente, el Extremadura de Pedro Nieto tomaba el relevo tras aquel emocionante partido en Albacete que seguí desde el coche por Radio Almendralejo. Solamente al final alcancé a ver por televisión el golazo de Tirado.... ¡cuánta alegría se desbordó en ese momento y cuánta ilusión se generó en toda la comunidad autónoma!

Me acordé entonces de cómo, al empezar la temporada 88-89, vi a un grupo inolvidable (Amador, Félix, Miranda...) golear en el viejo estadio de Santa Ana al entrañable "Malpar".

Luego vendría el ascenso ante "mi" Cacereño, los éxitos en la Copa del Rey (eliminando al Cádiz y a varios equipos más de superior categoría), las liguillas perdidas en el último momento, el ascenso a Segunda División, la permanencia casi imposible, los partidos en Canal Plus con el Padre José golpeando la chapa al lado del palco, el partido imposible con el Villarreal de Belodedici en el fango triunfal...

Ahora que este proyecto toca fondo, es hora de agradecer la contribución impagable que tanto Pepe Fouto como Pedro Nieto han hecho a la comunidad autónoma. Sus éxitos nos han aportado, en el marcador del "intangible" más goles que otros éxitos más celebrados y "menos imposibles".

Está claro que el mal final de esos dos proyectos también está en su debe, pero no se podrá decir que se arriesgaron, salieron al camino, lucharon y triunfaron.

Ahora que toca lamentarse y llorar por el Extremadura (como antes ocurrió exactamente igual por el Mérida), no nos preguntemos, como en la película de Gary Cooper, ¿por quién doblan las campanas? La respuesta, como en el libro, sigue vigente: lloran por ti.