El baloncesto es un juego en el que gana el que menos puntos recibe. El axioma, tan de moda hoy en día, lo refrendará la temporada 2002-03 en la Liga ACB, ya que las dos peores defensas de la competición tendrán como premio el descenso. Sólo el Granada, que encaja 87,06 puntos por encuentro, es más débil que el Cáceres en este aspecto. Los verdinegros han recibido 85,19 en los 31 primeros partidos ligueros.

Manolo Hussein no ha conseguido convencer a sus jugadores en este capítulo, aunque tuvo un poco más de éxito en ataque. Si fuera por eso, el Cáceres logra 77,8 por choque y ha sido mejor que otros tres conjuntos que sí estarán la temporada que viene en la élite --Fórum (77,5), Unicaja (77,4) y Casademont Girona (76,2)--, además del propio Granada (76,5).

El equipo también ha flojeado en estadísticas tan fundamentales como los rebotes --el cuarto peor--, el porcentaje de tiros de dos puntos --quinto por abajo-- o los tiros libres --los penúltimos.

MAS ALLA DE LOS NUMEROS

La consabida frialdad de los números oculta lo que ha sucedido realmente para que la plantilla se fuese deshaciendo paulatinamente y llegase exhausta a la final de Valladolid, hace ocho días. Hussein confió en una estructura de equipo más o menos tradicional en la elección de los pívots norteamericanos --Bobby Martin y Deon Thomas-- y arriesgada en cuanto al juego exterior, fundamentado en dos comunitarios sin experiencia en la ACB, Hurl Beechum y Vladimir Petrovic. Completaba el grupo un recio núcleo de nacionales curtidos en mil batallas, aunque ninguno en el momento culminante de sus carreras.

La apuesta resultó más fallida que acertada: Thomas tardó en ponerse en forma, Martin hizo el ridículo constantemente muy a su pesar y los comunitarios sufrieron una brutal falta de adaptación. Eso generó una racha inicial de cinco derrotas, pero el Cáceres pareció retomar el pulso con triunfos caseros ante Manresa, Granada y Lucentum, un ciclo caracterizado por el hallazgo de Joffre Lleal. La buena racha de éste pareció contagiar a Ferrán López.

De la marcha de Bobby Martin --el club estaba loco por buscarle una salida-- pareció surgir petróleo con el acierto de Kevin Thompson y el éxito ante el Joventut en la ida. Pero inmediatamente llegó el conflicto con Deon Thomas, a quien se sustituyó porque se negó a jugar un partido por los retrasos en los cobros. Gabriel Muoneke aterrizó desorientado, sin ningún conocimiento de España y su liga más allá del idioma. Aún así, se ganó en Lleida contra pronóstico, pero el equipo parecía ya noqueado. El golpe definitivo fue la salida de Vladimir Petrovic, también por cuestiones económicas. Nadie ocupó su hueco y varias derrotas en los últimos instantes (Fuenlabrada, Pamesa) lo pusieron todo cuesta arriba para el dramático 26-A de Valladolid.