Quedó la duda en París. No se supo bien el pasado sábado si el discreto papel de Lance Armstrong en el prólogo sólo fue un espejismo. Alguien dijo que aquel día el tejano no se sintió a gusto sobre la bicicleta porque había demasiados adoquines en las calles parisienses. Y al tetracampeón de la ronda francesa no le agrada rebotar sobre el sillín. Pero ese día sí cumplieron sus gregarios. Los colocó a todos en el lugar ideal para ganarse el derecho a tomar la salida de la contrarreloj por equipos en última posición. Desde allí podía comprobar cómo iban sus rivales, acelerar si era preciso o conservar energías. O lo que es lo mismo. Viajar en una carroza de oro, rodeado de rápidos ayudantes, y ganar la primera batalla.

Sería una barbaridad afirmar que el Tour está resuelto. Armstrong debe afrontar ahora el papel más complicado y difícil. Ayer, si es que hubo algún problema, éste podía quedar camuflada por el esfuerzo colectivo. Pero lo cierto es que después de ver cómo actuó, cómo trabajó y cómo condujo al US Postal, la verdadera realidad, y no hay otra, es que Lance Armstrong fue el mejor de su equipo. Y con diferencia. Supo dosificar a sus ocho compañeros. Supo animarlos para que ninguno llegase descolgado. Y lo mejor para el tejano. Seguro que pudo esbozar una amplia sonrisa cuando comprobó el resultado de la primera cita clave del Tour del centenario. Joseba Beloki entregó 30 segundos; Jan Ullrich, 43; Tyler Hamilton, con su maltrecha clavícula, 1.45 minutos; y Gilberto Simoni, la amenaza que más le preocupa en la montaña, 3.02 minutos.

Armstrong había calcualado. Y le salieron como si además de buen ciclista fuera un experto matemático. Quería castigar a Beloki con 30 segundos. En esa diferencia paró el cronómetro, para ganar la contrarreloj por equipos por primera vez en la historia del Tour e impulsar a su gregario colombiano, Víctor Hugo Peña, hacia el liderato.