Hay una frase absolutamente tópica en el baloncesto nacional: "hay jugadores de ACB y jugadores de LEB". Nadie sabe explicar exactamente en qué consiste la diferencia: se supone que hay cualidades físicas y técnicas que distinguen a ambas razas , pero no hay una fórmula exacta. Y cuando se piden ejemplos, ahí está siempre el nombre de Oscar Rodríguez Bonache (Madrid, 10-2-74) como prototipo de carne de LEB , de profesional del baloncesto que triunfa en el segundo peldaño y que luego, cuando tiene oportunidad de jugar en ACB, pasa inadvertido o, por decirlo con más crudeza, fracasa.

A Rodríguez, cuyo fichaje por el Cáceres se anunciará con casi toda seguridad hoy, ya se le conoce en Extremadura, aunque más bien en sus inicios. Tras pasar por las categorías inferiores del Real Madrid, llegó como vinculado en la temporada 94-95 al Doncel y debutó con el equipo verdinegro en un encuentro de ACB. Como sus cualidades gustaban mucho --tiene un tiro decente, es entusiasta y, sobre todo, posee un sexto sentido para el rebote-- fue ascendido al primer equipo la liga siguiente, pero apenas sumó 38 minutos en cancha en nueve meses con aquella plantilla que fue subcampeona de Copa. Era el quinto pívot y le pesaba su escaso físico (2,03 y no demasiado músculo) ante las moles a las que había que enfrentarse. Tampoco pudo evolucionar a ser alero.

LUGO, GIJON, HUELVA

Parece que aquello le hizo reflexionar sobre su carrera: escogió ser cabeza de ratón en lugar de cola de león y --seguramente cobrando más-- se convirtió en uno de los interiores de referencia en la LEB, donde ha pasado cinco de las últimas seis campañas con cifras de 15 puntos y 8 rebotes: estupendo para un nacional.

Tras un año en el Breogán, contribuyó al ascenso del Gijón y volvió a probar en la ACB en la temporada 99-2000, de nuevo con escaso protagonismo. Entonces firmó por el Huelva, donde ha confirmado su etiqueta los tres últimos años siendo el líder.