Los chinos ven en los Juegos Olímpicos su puesta de largo internacional, el fin de su aislacionismo histórico, que sigue pesando a muchos de ellos. El apoyo de la población es absoluto, sin grietas, de una punta a otra del país, de los nuevos ricos de Shanghái a los campesinos del interior. Todos apoyan. Más de un millón de personas solicitó ser voluntario para ayudar en la organización, la mayor cifra de la historia, a pesar de que sólo hay 70.000 plazas para los JJOO y 30.000 para los Paraolímpicos. Los procesos de selección para entrar han sido duros, tanto como los cursillos.

Desde que Pekín fue elegida sede para albergar esta edición de los Juegos Olímpicos, empezaron las campañas para hacer más cómoda la estancia a los cientos de miles de extranjeros que visitará China. Muchas de esas campañas implican el sacrificio de costumbres centenarias porque eran susceptibles incomodar al huésped. No es verosímil un sacrificio parecido en otro país del resto del mundo. Es evidente que en Pekín se escupe mucho menos, a pesar de que muchos chinos lo ven como algo saludable. También son muy frecuentes las colas en autobuses y tiendas, donde hace años había turbas.

Se ha elevado el nivel de inglés en la población, con cursillos especiales para ancianos y estudiantes. Los taxistas también estudian inglés elemental, con más esfuerzo que resultados para muchos de ellos.