Yo estaba en el interior de la caravana, aparcada a unos 200 metros de la meta, cuando entró Valverde, perseguido por una nube de periodistas. El no tenía ganas de hablar, ni con la prensa, ni con nadie. ¿Qué le podía decir yo? Estaba claro que había hecho una contrarreloj malísima. Pero, en ese instante, cuando se ha sentado en la caravana delante mío, Alejandro se encontraba hundido, muy desmoralizado. "Mañana será otro día". Es lo que se me ha ocurrido decir en ese instante.

Ahora ya han pasado unas horas desde la decepción. Acabó de hablar con Alejandro y ya lo he encontrado mejor de ánimos. Me ha explicado que había reventado, que no iba, que ya desde que hizo el calentamiento con el rodillo antes de tomar la salida comprobó que tenía unas sensaciones horrorosas.

Hay que ser ciclista para saber lo duro que puede ser una contrarreloj de 54 kilómetros, como la de hoy, cuando las piernas no te funcionan. Empiezas a darle vueltas y más vueltas a la cabeza. No se termina nunca. Se te va cruzando la etapa y acabas hundido.