Con los ojos rojos y también con cara de incredulidad, Rafa Nadal recogió ayer casi a oscuras su primer trofeo de Wimbledon ante la mirada de un Roger Federer desencajado. Las caras de ambos, tras el titánico esfuerzo en la final más larga de la historia de Wimbledon (cuatro horas y 48 minutos), eran mucho más elocuentes que tras la paliza de hace tan solo un mes en Roland Garros.

Nadal se había adueñado del All England Club, desocupando del trono a un pentacampeón que no caía sobre la hierba desde el 2002 y abriendo la puerta a un cambio de ciclo. "Es imposible describir como me siento. Estoy muy feliz, he conseguido mi torneo favorito y he cumplido un sueño", afirmó el tenista manacorense al lograr el quinto Grand Slam de su carrera, el primero que conquista lejos de su amada tierra batida.

"Muchas gracias a Roger, él sigue siendo el número uno y tiene cinco títulos. Yo, por fin, tengo uno", apuntó Nadal que volvió a tener palabras de elogio hacia un rival al que ha vencido en 12 de los 18 encuentros que han disputado. "Es el mejor jugador de la historia y siempre tiene una excelente actitud tanto cuando gana como cuando pierde", aseveró el mallorquín sobre el jugador helvético, en una lección más del fair play que ha propiciado su candidatura conjunta al Premio Príncipe de Asturias del Deporte.

Nadal, con la cara anegada de lágrimas tras el triunfo, se encaramó a las gradas para recibir el afecto de los suyos y Felipe de Borbón y Letizia Ortiz: "Muchas gracias a mi tío, a mis padres, a mi familia, a Carlos Costa, Benito Pérez Barbadillo y gracias al Príncipe y a la Princesa por venir". Los represantes de la Familia Real, exultantes, afirmaron haber presenciado una "final memorable y disputada en un ambiente inenarrable".