Arrancaron casi a la vez y recorrieron toda la recta de meta pareados. Uno, Ralf Schumacher, por la derecha, por la parte limpia; el otro, Fernando Alonso, por la izquierda, la sucia. Los dos sentían su presencia sin verse. Y al llegar a la frenada se miraron. No me la jugarás otra vez, ¿verdad?, pensó el español. Se equivocó.

Su particular bestia negra de la F-1 no faltó a la cita. Voy a por tí, niño, debió susurrar el hermanísimo. Giró el volante del Toyota hacia la izquierda, apuró la frenada hasta que sus neumáticos se quemaban entre un humo blanco y arrinconó al español hacia el interior de la curva, le reventó el alerón delantero y lo sacó del asfalto.

Oculto bajo el casco, Ralf debió alegrarse con risa maliciosa, la misma con la que comentó el incidente con su hermano Michael al término de la rueda de prensa de los tres primeros clasificados. La última pregunta había sido precisamente para el piloto de Toyota a propósito del choque con Alonso. "¿Qué incidente?" "¿De qué me habla? "¿Fernando Alonso? No lo he visto en toda la carrera?", se limitó a decir.

De no haber sido por su forma de negarlo, por los múltiples antecedentes podría haber sido visto como un toque normal, pero Alonso vuelve a repetir: "Es un caso perdido. No hay nada que hacer con él".