Sí que se podrá decir hoy que los Juegos regresan a casa. El lema, utilizado reiteradamente por los organizadores de Atenas, adolecía de una cierta inexactitud. Los Juegos Olímpicos de la antigüedad nunca se celebraron en Atenas sino en Olimpia, una pequeña localidad que presidía un extenso valle al noroeste del Peloponeso, a unos 340 kilómetros de la capital.

Casi 28 siglos después de la primera constancia que existe de un campeón olímpico, Olimpia volverá hoy a tener héroes a los que adorar y uncir con una corona de olivo. Concretamente, dos campeones. Los de lanzamiento de peso masculino y femenino. Será un regreso al pasado en toda regla.

Olimpia, cuna de los únicos Juegos que han sobrevivido de los muchos que se celebraban en la antigüedad, reproducirá fielmente el encanto de tiempos pretéritos. Sólo un estadio, sin aditamentos ni conservantes, y un puñado de hercúleos lanzadores, que intentarán estrellar la pesada bola lo más lejos posible, sobre la pista trimilenaria.

MARTINEZ Y LAS MUJERES Dice la leyenda que la antigua longitud del estadio, 192,28 metros, correspondía a la suma de 600 veces la huella de Hércules. En ese escenario único, legendario, genuinamente olímpico, los hércules contemporáneos se repartirán hoy las primeras medallas de atletismo, que no recibirán físicamente, sin embargo, hasta el próximo viernes en otro estadio, el moderno, el de Atenas. Y, entre los lanzadores, estará el leonés Manuel Martínez, en busca de su primera final grande al aire libre, e Irache Quintanal, cuyo mayor premio será, como dice el manido precepto olímpico, participar.

LEYENDAS ACTUALES Pero los nuevos Juegos griegos, aún respetando al máximo las tradiciones, no viven sólo de las leyendas del pasado. Cada edición olímpica tiene su historia y crea sus propios leyendas de la más rabiosa actualidad. Atenas ya tiene un par de nombres que la harán reconocible en el futuro. Y los dos moran en la piscina: Michael Phelps e Ian Thorpe.

El estadounidense no puede ya aspirar a las ocho medallas de oro que la prensa de su país se esforzó en fijar como límite casi inhumano para un nadador. Pero ayer demostró que su leyenda no quedará muy lejos de la que, desde los Juegos de Múnich de 1972, ha ido creciendo en torno a su compatriota Mark Spitz. No serán las de Phelps la siete medallas doradas de Spitz, pero tras su exhibición de ayer, al ganar los 200 metros mariposa y ayudar en el triunfo del cuarteto de 4x200 metros libre, está claro que puede acabar con seis metales de oro y dos de bronce.

El australiano Ian Thorpe, oscurecido por el fulgor preolímpico del joven Phelps (19 años), está aportando a estos Juegos el valor de la pervivencia, imitando sus resultados de Sydney. Ayer completó una última posta magnifica en el relevo y añadió una

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