«Es probable que lo que vais a ver no suceda nunca más. Así que disfrutadlo. Es una situación única», decía Rafael Nadal a los periodistas. Se refería a la final femenina que hoy juegan las hermanas Serena y Venus Williams, pero también a la mañana le enfrentará a Roger Federer. Nadie habría pronosticado un torneo con este final. «Ni podíamos soñarlo» decía el exnúmero 1 mundial recordando que, solo tres meses antes, él y Federer estaban jugando un partidito de mini-tenis con niños en la inauguración de su academia en Manacor. «Peloteamos un poco y pensamos en hacer una exhibición para recordar viejos tiempos, nunca habríamos pensado que pasaría esto»

Ocho años después de la final que les enfrentó en Melbourne y que se apuntó Nadal, tras un partido épico también, los dos colosos del tenis vivirán una segunda juventud cuando el mundo les daba por muertos.

Han renacido cuando peor estaban. El campeón suizo tuvo que parar de jugar tras las semifinales de Wimbledon del año pasado (perdió con Milos Raonic) para intentar recuperarse de la operación de la rodilla que sufrió un día después de ser eliminado en semifinales del pasado Abierto de Australia por Novak Djokovic. Federer cayó hasta el puesto 17 el mundo, su peor clasificación desde el 2000.

Nadal también optó por parar al final de temporada para recuperarse de la lesión en la muñeca izquierda que le obligó a retirarse en tercera ronda de Roland Garros. El mallorquín quiso aguantar un poco más para poder jugar los Juegos Olímpicos de Río, su gran ilusión. «El año pasado ha sido muy duro. lloré en el coche cuando marchaba de París», confesó. Ahora, ambos han vuelto.