Los primeros mensajes son de unidad. De confianza ciega en el técnico. Pero hay un grupo de jugadores, los reservas, que se siente traicionado. Están molestos con Sáez. No entienden por qué el seleccionador ha renunciado a las rotaciones prometidas pese a que algunos titulares, como Albelda, llegaron fundidos al partido con Portugal. Tampoco comprenden cómo mantuvo a Raúl Bravo, pese a que no estaba físicamente al cien por cien.

La propia dinámica del torneo ha terminado por superar al seleccionador. Sáez ha fracasado por conservador. Por no ser valiente. Se ha ido de la Eurocopa sin haber entregado la batuta a los suyos. A los jóvenes. Aranzubia, Xavi, Gabri y Capdevila, cuatro de sus niños, se han quedado sin debutar y Luque, un zurdo, sólo ha jugado 18 minutos y de extremo derecho. Pero el caso más grave es el de Xavi. El mecanismo con el que el técnico hace siempre unos cambios que ya tiene decididos de antemano ha frustrado ver que el azulgrana era el jugador idóneo, por su control del balón y su visión.