Elegante, de inconfundible melena plateada, es uno de los técnicos más laureados del mundo. Carlos Bianchi ha llegado al Atlético sin una portada. Le llaman el Virrey por las tres Intercontinentales que ganó, una como técnico del Vélez y dos como entrenador del Boca al Madrid (2000) y al Milan (2003). Es el único que ha conseguido ganar este título con dos equipos distintos.

Y es que Carlos Bianchi sólo fue malo en el colegio. Era muy revoltoso, tanto que un día un compañero le tiró una tiza y él le respondió lanzándole el borrador de la pizarra. Su ágil amigo esquivó el tiro y aquel borrador impactó en la cabeza del cura que impartía la clase. No sabía aquel pastor que iba a pasar a la historia cuando en el despacho del director le dijo a la madre de aquel niño: "Señora, su hijo lo único que tiene en la cabeza es una pelota de fútbol". El cura, con el que se ha vuelto a ver varias veces, se siente ahora orgulloso de esta historia y de este técnico creyente, que acude a misa de manera regular.

Un gran goleador

Como jugador fue un excelente goleador, el octavo más importante de la historia del fútbol mundial, aunque el hecho de haber pasado más de la mitad de su carrera en Francia, donde consiguió cinco pichichis, desluzca este hecho. Era el clásico chico de barrio argentino hecho a sí mismo. No respiró fútbol en su casa. Su padre era de los que se levantaban a las cuatro de la mañana y volvía de noche. No le llevaron al fútbol, ni le compraron una pelota. De sus progenitores sí aprendió lo más importante de la vida: respetar al otro, valorar el trabajo y exigir hasta sacar lo mejor de cada uno. Ayudó a su viejo como repartidor de periódicos. La calle, seguramente la mejor escuela de fútbol, le colocó a los 18 años en Vélez, el único equipo del que es abonado, el club de su corazón.

Un corazón grande. Enorme. En 1984 volvió a Francia. Cuando fue a despedirse de los porteros de su finca se enteró de que los habían despedido y que iban a tener que vivir en un asilo. Les cedió su apartamento, sin cobrarles alquiler, por supuesto. En el 93 volvió a Francia y se negó a que aquellos ancianos desalojaran su piso. Fue en 1996 cuando fallecieron de sendos paros cardiacos, ocurridos el mismo día. Vivieron en casa de Bianchi hasta el final.

Cuentan sus amigos con gracia que esa generosidad le falta a la hora de pagar los aperitivos, vamos que le gusta que le inviten, y él reconoce que prefiere tragarse un trayecto con 24 semáforos antes que pagar dos peajes. Eso sí, no es pesetero. Se recuerda con admiración como en el año 98 negoció con Macri, el presidente de Boca. "Si salimos campeones, me pagas 600.000 dólares y listos". Dicho y hecho.

Enfatiza que su único secreto como entrenador es respetar al jugador y es el único consejo que da a los que empiezan como técnicos. Todos iguales. Gusta de llamar a cada uno por su nombre. Critica abiertamente a los técnicos que se rodean de mediocres. Siempre fue de la teoría de que con estrellas es más fácil jugar, que simplifican el trabajo y, por ello se le considera un experto en el manejo de los grandes egos del fútbol. Cuenta que habla más con los jugadores que con sus hijos.

El técnico argentino más laureado de la historia es también reclamo publicitario. El Banco de Galicia lo convocó para transmitir la identidad nacional, el profesionalismo, la familiaridad y el éxito como sus valores. Si algo le enfada es que le hablen de la suerte. En Argentina se dice que tiene el móvil de Dios. El dice que tiene la suerte del que trabaja bien y mucho. "Sólo no se equivocan los que no intentan nada", es su máxima.

Los que tienen su móvil ya saben que al otro lado de la línea la primera es Margarita, su esposa, con la que lleva más de 35 años casado. Una compañera incansable que viajará por su cuenta a todos los partidos del Atlético.

Reto a su plantilla

En el club rojiblanco no ha sorprendido su seriedad, ni las consignas que ha dado para trabajar. Sus jugadores ya saben que no van a escuchar gritos ni van a ver aspavientos, pero saben que su jefe es alguien que no admite indisciplinas, que marca un once tipo y que gusta de hacer variantes en función del rival que tenga delante, al que no subestima por nada del mundo.

La única espina en su carrera se la clavó en Roma, donde salió tarifando con los jugadores. Quiere demostrar en el Atlético que es también un técnico para el fútbol europeo. Por eso le entusiasma el reto de un club sufridor, pero con una historia maravillosa. A muchos de sus nuevos jugadores se les cambió la cara cuando, la primera vez que entró en el vestuario rojiblanco, alzó un poco la voz, recorrió con la mirada uno por uno a todos y dijo: "Señores, yo he venido aquí para ganar la Liga. Yo sólo entreno en los clubes grandes y éste es uno de los más grandes".Dicen que a Fernando Torres le brillaron los ojos.