Valentino Rossi no se ha distinguido a lo largo de su vida por engañar a nadie. Bromea, dribla, juguetea con las palabras, muestra su habilidad con el idioma, se enorgullece de conocer al personal, a los periodistas, de los que es su mejor cómplice. Es evidente que lo que podríamos denominar como el arte de Rossi debería de ser una asignatura de obligado estudio en ESADE e IESE. Nadie como el Doctor para comunicar, para vender el producto, para atraer la atención.

Rossi abandonó ayer el Circuito de Cataluña dejando una estela de señorío, de profesionalidad, de velocidad, de envidia sana y, sobre todo, de agradecimiento. El campeón más grande todos los tiempos sobre dos ruedas, el más ganador, dijo que no se ve en la F-1. "Cuando pudiese llegar, ya sería demasiado viejo. Hay pilotos maravillosos. Ya estoy bien en mi mundo, en las motos. Esto es un divertimento, un juego, y le agradezco a Ferrari, al presidente Luca di Montezemolo, al capo Stefano Domenicali, a los muchachos de la escuderia y al Circuito esta maravillosa oportunidad que me han ofrecido. He sido muy feliz durante dos días gracias a ellos. Un millón de gracias".

Ese es Rossi. Inimitable, irrepetible. Y sí, la envidia de todos. Sí, sí, también de papá Graziano, allí en un rincón del paddock rojo, igual de escondido que cuando va al Mundial de motos, relamiéndose de gusto porque ha cumplido uno de sus sueños.

Rossi sonrió cuando, de pronto, vio aparecer en el box a Felipe Massa, que entrenará hoy en Montmeló. "¡Qué placer verle tan bien, fuerte, sano, con ganas de volver a presentar batalla!". En la guerra de Alonso. Porque Rossi cree que el español es uno de los grandes favoritos. "El sabrá exprimir todo el potencial de Ferrari y recuperar el título. ¡Si ha ganado con coches inferiores, con el Ferrari volará!". No es lo mismo vestirse de tela que de cuero. Lamer el asfalto que sobrevolarlo. Rossi aún ama más el equilibrio que el reprise . Le chifla tumbar su Yamaha M1 y acariciar los pianos con la rodilla.