TEtntre los trabajadores de Radio Televisión Española corre el rumor de que, para solucionar los problemas económicos que ahogan al ente desde prácticamente su creación, se está planteando forzar la prejubilación de todos los trabajadores que tengan más de 52 años.

Precisamente, el mes pasado yo cumplí esa edad, y no puedo imaginarme cómo me sentiría si alguien me obligara a dejar de hacer aquello que me anima a levantarme todos los días. Comprendo que puede sonar un poco extraño, y no diría lo mismo si no me gustara mi trabajo, pero estoy completamente segura de que muchas personas sentirían lo mismo que yo: una terrible sensación de que les están prohibiendo ejercer uno de sus derechos más fundamentales.

Desde luego, es sólo un rumor (aunque toma cuerpo a pasos agigantados) y hay que admitir que muchos trabajadores darían lo que fuera por encontrarse con una prejubilación a los 52 años (yo también, si pudiera seguir escribiendo), pero parece preocupante que a ese término, al que todos solemos añadir signos de admiración, se le anteponga el calificativo de "forzosa".

En mi vida personal no suelo hacer caso de los rumores, de la misma manera que no suelo contestar a las personas que no hablan de frente, prefiero ignorar a unos y a otras, pero conozco el uso de los rumores para sondear a la opinión pública. Por eso, por si sirve de algo la mía, quisiera recordarle a los que tienen en sus manos el futuro de miles de trabajadores, que, como diría el tango, 52 años no es nada, y lo que puede ser una auténtica lotería, también puede convertirse en una condena.