Siempre he pensado que subir a Segunda División B es más complicado que mantenerse en ella. Quizás pueda parecer ridícula esta afirmación cuando he tenido la fortuna de lograr ascender en tres ocasiones --dos con el Cacereño y la última con el Díter Zafra--, pero es la verdad.

He temido siempre que mi equipo se impregne del fatalismo ambiental que muchas veces conlleva el sentirte inferior a rivales con nombre y cierto poder económico, cuando a veces esto es una ventaja. También he intentado evitar los ataques de entrenador que a veces nos entran a todos, y que después de más de diez meses de trabajo nos llevan a modificaciones físicas y tácticas, produciendo grandes batacazos. El efecto está más agrandado aún cuando a la opinión pública lo vendemos como auténtica panacea de éxitos.

Sí he creído que hay que derramar sangre para jugar en campos donde dirigentes con gran responsabilidad en la seguridad de público y jugadores han preferido hacer auténticamente la vista gorda ante el beneficio deportivo.

Sudor es lo que necesitamos para soportar asedios de rivales a veces superiores, unido --también a veces-- a arbitrajes irregulares con el fin de tratar en todo momento de seguir vivos.

Y lágrimas, las de nuestro juego, que se unan a la felicidad de aficionados, directivos y jugadores de las dos Villanuevas, Don Benito y Badajoz.

Les deseo a todos suerte ante los equipos manchegos en la primera ronda de la fase de ascenso. Creo que en este tipo de eliminatorias es muy importante jugar el segundo partido en tu propia casa.