El Schalke, rival del Real Madrid en los octavos de final de la Liga de Campeones, es un equipo con ansias de grandeza que, sin embargo, lleva décadas hundido en una medianía que a ratos se parece a la mediocridad y esa tendencia se refleja en la marcha de la temporada actual.

El Real Madrid ya conoce ese estadio y en la última temporada sentó allí un fundamento importante para la conquista de la décima al romper el maleficio de no poder ganar en Alemania y golear al Schalke con un contundente 1-6. Ese resultado puede pesar ahora psicológicamente sobre el Schalke de Roberto Di Matteo.

Con Di Matteo el Schalke se ha mostrado irregular. Lo peor ha sido la goleada sufrida en casa ante el Chelsea (0-5). Lo mejor, haber tenido la entereza de superar la fase de grupos.

El gran problema del Schalke actual es que, contra la tradición batalladora del club, es un equipo que se desinfla cuando tiene el marcador en contra. Adelante, tiene pegada, con el holandés Klaas-Jan Huntelaar y el camerunés Eric-Maxim Choupo Moting. En el centro del campo, en cambio, el Schalke termina sin encontrar su juego ideal.

El joven Max Meyer, que marcó el gol que selló la clasificación del Schalke a octavos, de momento, pese a su talento, no tiene la continuidad necesaria, probablemente porque Di Matteo no quiso darle la responsabilidad de echarse el equipo al hombro. Todo ello, hace que muchas veces Choupo Moting y Huntelaar tengan que encargarse de armar también el juego con lo que, en el momento de llegar al área, falta un hombre en la posición de remate.

De momento, Di Matteo ha buscado darle estabilidad al Schalke con un esquema de tres centrales y dos carrileros, el austriaco Christian Fuchs y el lateral Atsuto Uchida, que recorren todo el campo.