Michael Schumacher había dominado a placer los grandes premios de Australia y Malaisia. Pero aquel día, horas antes de que se disputase el tercer GP de la temporada en Al Sakhir, el faraónico circuito que había mandado construir el Rey de Bahrain, Schumi sintió un extraño cosquilleo.

Todo ocurrió muy rápidamente. Schumacher tuvo, de pronto, la sensación de sentirse desnudo. De invencible había pasado a ser vulnerable. ¿Qué había ocurrido? Simplemente se había olvidado su amuleto preferido (una plaquita de plata con las iniciales de su esposa Corinna y sus hijos Gina Maria y Mick) en la mesita de noche del lujoso hotel de Manama, capital de Bahrain, donde pernoctaba.

Alguien de su entorno se dio cuenta de inmediato y salió corriendo, disparado, hacia el albergue. A la hora y media estaba de regreso con la plaquita. Tras descender del podio --el germano volvió a arrasar, como ha hecho en 12 de los 14 grandes premios--, Shumi agradeció al escudero que le trajera su amuleto. "No sé si hubiese ganado sin él", bromeó. Cuentan que esa plaquita fue lo primero que acarició Schumacher, el miércoles, cuando salvó la vida tras estrellarse a más de 330 km/h al estallarle el neumático trasero izquierdo en Monza.

Débil

La vida, la trayectoria, la forma en que Schumacher ejerce de campeón hace que muchos tengan la sensación de que esos detalles humanos no son propios de la estrella alemana. Pues bien, a menudo Schumi es tan débil, tan de barro, como cualquier otro. Que posea mansiones en Alemania --donde ha dejado de vivir por la sangría de impuestos--, Suiza o Noruega, cuyo chalet de madera le convierte en motivo de elogio en todo el mundo, no quiere decir que no viva con los pies sobre el suelo. Que gane 60 millones de euros cada temporada (10.000 millones de pesetas), no significa que, a menudo, se encuentre tan débil como los demás. Que posea un jet privado de 14 plazas, un inmenso garaje con dos Ferrari, dos Mercedes, un Maserati, un Fiat 500 digno de coleccionista y 12 Harley Davidson, no le permite driblar con mejor habilidad que los demás las manías. Que pilote con mano de hierro, a sus 35 años, y parezca invencible tras siete títulos mundiales (1994, 1995, 2000, 2001, 2002, 2003 y 2004), 208 grandes premios, 82 victorias y 62 poles positions no significa que no tenga su corazoncito.

Este hombretón veloz empezó en el kartismo, es un entusiasta del esquí, la mountain bike y, como no, del fútbol, deporte al que podría, si quisiese, dedicarse profesionalmente: a veces, refuerza a un equipo regional de Suiza donde luce el 9.

Schumi, capaz de ganar en los cinco continentes --ha vencido en 18 países diferentes--, sólo ha dejado de ganar en dos de los circuitos que ha visitado. Es él, el más grande.