Es tan portentoso que, de ser un país, sería casi un continente. Michael Phelps sería la inmensa isla de Australia, largo como Africa, con los brazos redondeados como Europa y las piernas y el corazón tan inmensas como América.

De ser un país, Phelps ocuparía, él solito, el octavo puesto en el medallero detrás de China, su propia patria --EEUU--, Corea del Sur, Italia, Alemania, Australia y Japón. Sus cinco oros, tres más que Gran Bretaña, cuatro más que España o Cuba, le convierten en toda una potencia mundial por sí mismo. Nadie puede dudarlo.

Ciertamente, cuando ´la Bala de Baltimore´ se lanza a la piscina tras él se zambulle todo un país. Es más, al mundo no le importaría que diese el salto de la piscina al estadio para que temblasen Bolt, Powell y Gay, los protagonistas de los esperados 100 metros de mañana. Seguro que les asusta.