Acababa de finalizar la Eurocopa de Inglaterra, allá por el mes de junio de 1996, cuando pocos días después, en la Asamblea General de la Federación Española de Fútbol se resolvió encuadrar a los conjuntos canarios en el grupo IV junto a extremeños y andaluces. El Extremadura debutaba en la Liga de las Estrellas, el Mérida de Kresic regresaba de Primera a Segunda División, en la que también militaba el Badajoz. Unicamente el recién ascendido Cacereño sufrió la tiranía de la federación de tener que viajar a Canarias. En aquel grupo IV de la temporada 96/97 paseaban la vitola de club insular el Gáldar, el Mensajero y el Realejos.

En la actualidad no son tres sino cinco los conjuntos canarios que harán acto de presencia en el grupo sur (Lanzarote, Pájara Playas, Universidad de Las Palmas, Vecindario y Corralejo). Ahora, el Cacereño no estará solo para sufrir la falta de coherencia de la FEF, sino que le acompañarán Badajoz, Extremadura, Mérida, Jerez y Villanovense. La presión ejercida por los equipos madrileños ha quebrado toda la prudencia que se presuponía en la composición de los grupos.

Así, esta temporada serán los extremeños los que deban jugar en cuatro campos de césped artificial (debido al contencioso entre la Universidad de Las Palmas y el ayuntamiento aún se desconoce el estadio a utilizar por los universitarios), los que deban jugar los domingos a las 12.00 horas (13.00 hora peninsular), los que deban cargar con más de mil kilómetros en sus piernas antes de disputar el partido. Deportivamente supone añadirle un grado más de dificultad al grupo, económicamente tampoco se va a sentir mucho, pues será la federación la que abone el viaje y los gastos de alojamiento de una noche a una expedición de 20 personas. Sin embargo, nadie, absolutamente nadie, ha quedado satisfecho: ni insulares ni, precisamente, peninsulares. Tal vez, los únicos, los madrileños.