El Camp Nou fue ayer rojiblanco. Blanco de los 32.000 seguidores sevillistas y rojo de los casi 50.000 aficionados colchoneros. El estadio azulgrana no era sede de una final de la Copa desde hacia 40 años. En aquella ocasión el general Franco entregó el trofeo a Pirri, capitán del Madrid. Anoche fue el Príncipe Felipe, en representación de su padre, el Rey Juan Carlos, convaleciente en Barcelona de una operación, el que entregó esa preciada copa de plata, de 15 kilos, al capitán.

Ninguno de los 22 futbolistas quiso mirarla, ni siquiera de reojo, cuando los dos equipos finalistas saltaron al césped del Camp Nou entre los ensordecedores cánticos de las aficiones. José María del Nido, el presidente del Sevilla, había arengado a sus cansados y entusiastas seguidores --la mayoría llegó a última hora de la mañana después de 13 horas en autocar--. "Ganamos una Copa en Montjuïc en el 39 y ganaremos otra en el Camp Nou", gritó el dirigente, que había regalado 32.000 sombreros negros con cinta roja a los seguidores que se atrevieron a viajar 1.000 kilómetros en un día de trabajo. Era su sombrero, el de la suerte, el que comenzó a ponerse en unos ya lejanos octavos de final precisamente en el Camp Nou ante el todopoderoso Barcelona. Desde ese día, el supersticioso presidente andaluz no se ha vuelto a quitar el sombrero en los duelos coperos. "Es el sombrero de del niu ", lo catalanizaron los sevillistas.

Cordialidad

Las gradas se llenaron de banderas españolas en las dos zonas. Eso sí, la federación, sin embargo, prefirió ofrecer una versión reducida del himno español en los prolegómenos de la final. Los seguidores rojiblancos fueron muchos más. Incluso tuvieron horas suficientes para hacer turismo. No hubo incidentes. La policía les separó. La fan zona andaluza se ubicó cerca del Camp Nou; la fan zona madrileña, en Montjuïc. Y todos, todos los aficionados con la única idea de llevarse el trofeo.

Dio la impresión de que la aficicón sevillista estaba más rodada. Quizá ayudado por el tempranero gol de Diego Capel, el gol norte se mostró más alegre en los cánticos, con mucho más ritmo. En el fondo es una afición que ha vivido siete finales en los últimos años. Los seguidores andaluces, muchos con la camiseta blanca con el dorsal 16, el del recordado Antonio Puerta, también se acordaron del Betis, el eterno rival que intenta salir del infierno de la Segunda División, y de Manuel Ruiz de Lopera. "Púdrete en Segunda", "Lopera, grábame los hombres de Paco", se leía.

La gente del Atlético se veía ilusionada por romper el maleficio de las últimas finales, de los fiascos de 1999 y del 2000. El éxito del 12 de mayo en Hamburgo, al ganar la Europa League al Fulham, era la mejor tarjeta de visita de los optimistas seguidores rojiblancos. La misión era apoyar a una plantilla para lograr un doblete que no se ha repetido desde 1996.

El comportamiento fue exquisito entre las aficiones hasta que Perea se llevó por delante a Capel. Faltaban 70 minutos, el marcador era muy justo y los nervios afloraron. Los banquillos buscaron la bronca. Reyes, Zokora, Negredo, los dos técnicos, los suplentes y los descartados. El árbitro expulsó a Cristóbal Soria, un exárbitro ahora delegado sevillista. Este follón le fue bien al Sevilla, que aguantó el balón y cerró espacios sin que apareciera Forlán. No estuvo el uruguayo, pero sí apareció Navas, el mejor jugador de la final. Navas no perdonó. Este chico va a ir al Mundial.