Ya hace días que Alberto Contador ha descubierto las consecuencias que acarrea en la actualidad vestir el jersey amarillo. O mejor dicho, ganar el Tour, lo que ocurrirá esta tarde en los Campos Elíseos. "Vivimos un ciclismo loco y el que más alto está es sospechoso. Yo soy sospechoso, por suerte, porque soy el número uno del Tour. Es una pena", explica.

Son las consecuencias de las locuras de algunos y que arrastran a otros a machacar con preguntas sobre dudas. Ayer, el diario Le Monde, el mismo al que denunció el Barça por acusar de dopaje al club, ponía en tela de juicio al virtual ganador del Tour al decir que estaba en la operación Puerto.

Tropiezo con Saiz

Con solo 20 años, Manolo Saiz le dio la oportunidad de hacerse profesional. "Estaba en el lugar y el equipo equivocado", dice el ciclista. Así estalló el escándalo. Eufemiano Fuentes solo ha librado de culpa a una persona. "A Contador no lo conozco de nada", dijo el polémico médico canario tras estallar el escándalo.

Tras romper con Saiz, varios equipos se pelearon por contratarlo. Lo quiso José Miguel Echávarri, que veía en él el futuro del ciclismo, con permiso de Alejandro Valverde. Pero Johan Bruyneel, el técnico que acompañó a Lance Armstrong en sus siete victorias en París, se lo llevó al Discovery Channel a partir del 2008.

Contador es el chico que creció en Pinto, hijo de una familia de emigrantes extremeños, el único chico del pueblo que se montaba en la bici y se iba a entrenar, mientras el resto de los amigos chutaba el balón y confiaba en convertirse en una estrella del Real Madrid.

Y ahora ya lo vemos por la carretera que va de Pinto a Valdemoro, la genuina y famosa, a rebufo del viejo Renault 5 que conduce su padre. Es un coche que solo sale del garaje cuando Contador decide que es hora de practicar la contrarreloj. Así, de Pinto a Valdemoro y a la estela del R-5, ha mejorado una especialidad que no le gusta demasiado, pero que ayer le permitió ganar el Tour.

Creció a la sombra de Induráin y de juvenil era tan bueno, tanto, que lo llamaron El Patanegra. Pero llegó el susto (2004): al borde la muerte. En la Vuelta a Asturias se estampó de bruces sin que nadie le empujara o le desplazara. ¿Fue un desvanecimiento? Era lo primero que se pensó: una extraña lipotimia. Pruebas y más pruebas: demarre cerebral, un aneurisma congénito, que se destapó en plena competición. ¿Podía volver a correr? Fue necesario pasar por el quirófano. De la experiencia guarda una cicatriz, la que ayer enseñó a la prensa, sacándose la gorra de béisbol de su equipo, y diciendo que la enfermedad cambió su vida: "En el hospital pasaba las horas con el libro de Armstrong. Me dio fuerza moral".

Volvió a la competición un año más tarde. Y sorprendió por su madurez en la montaña. Ganó la última Setmana Catalana. Corría entonces con el Liberty Seguros. Y en eso llegó el escándalo. Contador fue, junto a su equipo, el Astana, apartado del Tour. Escribió una carta pública en la que afirmaba que "nunca, nunca, nunca" se había dopado y que amaba era el ciclismo.

En la Vuelta a Burgos volvió a surgir el drama. La operación le había dejado una cicatriz muy pronunciada. Había riesgo de un ataque epiléptico y debía tomar una medicación de por vida. Se le olvidó. Sufrió un ataque y se volvió a desplomar.

Ahora sabe que tiene que ser serio con su salud. Tema solucionado para un ciclista que sabe ganar el Tour, que ama la caza e ir a la playa con su novia.