Talento, talento, talento. Una exhibición de talento fue lo que vimos ayer en Cáceres. El baloncesto jugado de esta manera es más que deporte: es prácticamente magia.

El partido, a priori, reunía todos los alicientes para disfrutarlo: buenos jugadores, buenos equipos y pabellón a reventar. El ánimo, preparado, las ilusiones puestas en que esto iba a ser un acontecimiento para recordar durante mucho tiempo. Esperemos que pase menos tiempo que el partido anterior (como me ha recordado este periódico, desde el 74, en aquel España-Argentina en el que estuve de espectador y aún lo recuerdo). Por si faltaba algo, un poquito de picante: la duda de si jugaría o no Pau Gasol.

La duda se desvaneció casi de inmediato. Solamente observando el calentamiento, estaba claro que veríamos al completo al equipo nacional. Aíto había decidido que el momento había llegado. De esta expectación participó hasta el propio presidente de la Junta. Llegó al palco, se sentó y su lenguaje corporal nos indicaba, por sus brazos apoyados en la barandilla del palco y el cuerpo echado hacia adelante y la mirada fija en la pista, que no quería perderse ninguno de los detalles que allí pasaban. Y realmente pasaron una buena lista de ellos.

Las maldades y pillerías de Ricky, Rudy y Raúl son dignas de cualquier novela picaresca; la entrega de Marc Gasol, ¡qué magnifíco espíritu para este juego!; la profesionalidad y buen hacer de los que van a cubrir las espaldas de tanto talento con su capacidad de sacrificio y trabajo: Jiménez y Berni. De Gasol, mejor que yo, lo define mi hija; lo hace todo tan fácil... como sin querer.

Ayer en Cáceres el equipo nacional nos enseñó parte de lo que esperábamos ansiosos: su capacidad para alegrarnos la vida. Este grupo, con los nuevos y con los antiguos, tiene en este concepto, a mi entender, su mejor virtud.

Desde Extremadura hemos dado el primer empujón para hacerlo bien en China. No podía ser menos. Hemos hecho nuestro trabajo.