La casa de El Chava estaba en lo alto de la colina. Su cuñado, Carlos Sastre, paseaba el perro. El ciclista había citado a los periodistas, a los que consideraba sus amigos --tenía muchos amigos, quizá demasiados-- junto al muro del cementerio de El Barraco. Alguien había realizado una pintada en su honor. Acababa de ser tercero en la Vuelta. Era el año 1998. Abraham Olano, con el que se había peleado, pese a estar juntos en el Banesto, había conquistado la carrera. Esa fue la Vuelta del Chava.

En el garaje de su casa escondía los toneles de plástico donde fabricaba su vino. "Lo hago yo mismo". Ayudado por un embudo, El Chava llenó los vasos de un líquido fuerte, más bien clarete, al que llamaba vino, orgulloso.

El chorizo tampoco faltaba nunca en su habitación al terminar las etapas. Poco le importaba que su aliento delatase el embutido, cuando se presentaba, alegre, como siempre, a la entrevista. En el 2001, en su última Vuelta, tuvo el privilegio de habitación individual. José Miguel Echávarri, su director --¡cuántos dolores de cabeza le dio El Chava !--, prefirió que durmiera solo a que otro compañero se condenase a pasar noches en vela o ser, simplemente, y sin querer, su cómplice nocturno. Cuántas horas de vigilancia pasó Vicente Iza, el que fuera masajista de Induráin, junto a su puerta. Pero siempre se las ingeniaba. Y siempre encontraba a alguien que le reía sus gracias.

Porque era original, irrepetible, único... Como su vino, o como su BMW deportivo, uno de sus coches, que compró en plena Volta a Catalunya del 2001. Por eso afrontó la cronoescalada a La Rabassa, la misma que le sirvió para ganar la ronda catalana del 2000, con el móvil en el bolsillo del maillot.

Pero ese día, en Andorra, no estaba preocupado por hacer un buen papel en la etapa. Cuál fue la sorpresa del periodista, que seguía con su coche a El Chava cuando en plena competición observó como el ciclista cogía su móvil y se ponía a charlar tranquilamente por teléfono. Era el vendedor quien le llamaba, le subía el coche hasta el Principado para que luego se lo llevase él conduciendo hasta El Barraco. "¿Qué haces aquí, en pleno sol?". Se lo encontró el director de un equipo rival, en Sant Juli¡. Todos los ciclistas ya se habían marchado. Y él allí estaba, vestido con el maillot del Banesto, llamando por el móvil. "Es que me suben un BMW y lo han retenido en la frontera". Llegó con el coche a El Barraco y esa misma noche se fue de marcha. Tras tomar unas copas, su sorpresa no pudo ser más desagradable: unos cacos le habían levantado el BMW.

Por dentro sufrió aquel robo, pero a él le gustaba ser presumido, rebelde y sentirse querido. Por eso se peleó con Olano. Estaba en juego la victoria en la Vuelta-98. La gallardía de Jiménez preocupó tanto a Olano que hasta tuvo que venir Karmele, la esposa del ciclista guipuzcoano, para tratar de poner orden en la contienda. Chava y Karmele coincidieron en el ascensor del hotel. Las puertas abiertas... Ninguno de los dos se atrevía a pulsar el botón. Por fin, habló Karmele: "¿A qué piso vamos?". El Chava no se cortó ni un pelo: "Me da igual... al que tú quieras, tú eres la que manda".