La cima de La Ramaz pasará a la historia del Tour porque se recordará que allí, un 11 de julio del 2011, se hundió Lance Armstrong, 11 años después de su primera victoria en París. Los libros de la ronda francesa dirán que en este puerto que solo se había coronado una vez hasta ahora el campeón tejano, el vencedor de siete Tours, se despidió de la gloria que seguía persiguiendo. Tocado y hundido.

Hay montes que entran en la leyenda del Tour, no por los éxitos de los protagonistas, sino porque en sus cuestas quedaron fulminados los grandes campeones. Louison Bobet fue el primero en ganar tres Tours de forma consecutiva, nadie, absolutamente nadie, osó toserle, hasta que aparecieron las rampas del Iseran. No hubo una cumbre que ofuscara el bravo pedaleo de Federico Martín Bahamontes, hasta que un buen día el Aubisque se convirtió en una barrera insuperable. Nunca más se volvió a subir a la bici.

Eddy Mercks era El Caníbal, el corredor con el hambre de victoria más voraz de la historia, hasta que en Pra Loup pilló una pájara monumental. ¿Y Bernard Hinault? Se hundió en Superbagneres como lo hizo más tarde Greg Lemond en el Aspin y Miguel Induráin en la maldita ascensión a Les Arcs de 1996.

UN DIA PARA OLVIDAR Quedaban 38 kilómetros para la meta de Avoriaz y el día transcurría tranquilo para casi todos. Menos para Armstrong. El tejano se debió levantar con mal pie porque ya se cayó al inicio de la etapa y luego, tras pinchar, volvió a hacerlo al pie de La Ramaz, justo cuando el pelotón principal se estiraba para iniciar la ascensión. "La caída se produjo en un pésimo momento", confesó Armstrong. Tuvo que emplearse a fondo para volver a enlazar. Ya no hubo pacto de agresión como sucedió el lunes pasado en Bélgica. En los Alpes, sálvese quién pueda. En las cumbres alpinas no cuentan los apellidos, ni el palmarés, aunque sea el más brillante de todos.

Por eso, a cuatro kilómetros de la cumbre de La Ramaz y 38 de la meta de Avoriaz, de repente, Armstrong no aguantó el ritmo de los favoritos. Corrían demasiado rápidos para él. Ya no tenía el poder de hace solo un año, cuando movió los hilos del Tour para que nadie se fugara. Y maldito el que lo hiciera, aunque se llamara Contador.

CON GANAS Y a pesar de que en la Borgoña se dieron un abrazo protocolario, Contador le tenía ganas a Armstrong, muchas, posiblemente demasiadas. Por eso, el madrileño puso a tirar a su equipo con rabia. Ayer, él sabía que no se decidiría la clasificación general en Avoriaz pero sí, en cambio, que alguien podría despedirse del sueño de ganar en París. Para siempre. Au revoir.

¿Demasiada rabia la de Contador? ¿Tal vez un trabajo excesivo? No se sabe cómo acabará este Tour. Sí se vislumbran ya en las figuras de Andy Schleck, triunfador ayer en Avoriaz, y Cadel Evans, nuevo líder, a los dos principales rivales del madrileño. Sin embargo, Armstrong, desde ayer, desde que La Ramaz se cruzó en su camino, ya es más historia que presente en la grande boucle. No abandonará, porque no le van las retiradas. Demasiada gallardía, excesivo orgullo. Ayer solo puso pie a tierra, al margen de las dos caídas, cuando tropezó con la bici de Egoi Martínez por culpa de un inoportuno avituallamiento de un Euskaltel gafado. ¡De qué manera más tonta se le escapó el triunfo al campeón olímpico Samuel Sánchez!

Tour se ha acabado, pero yo continúo. A partir de ahora, voy a intentar disfrutar de la carrera. Ocupa el puesto 39.