No tengo más remedio que ponerme en mono nostálgico cuando escribo estas líneas sobre el estadio Príncipe Felipe, un escenario que hace 40 años ya estaba muy presente en las vidas de muchos cacereños, entre ellos el que suscribe. Y lo cierto es que la mía la ha marcado durante todo este tiempo a través de una triple y saludable experiencia: como primero como niño-aficionado del Cacereño, después como futbolista de su cantera y, durante los últimos casi 30 años, como periodista. Voy a intentar contar esa experiencia jalonándola de alguna anécdota, que haberlas haylas. Y muchas. Iré desde abajo a arriba en lo cronológico.

Tenía apenas 11 años (1977) cuando se jugó ese primer partido en aquel escenario que a todos nos parecía tan fastuoso. Se inauguraría casi un año después. Cosas de la vida en un estadio tan original que ni se ha inaugurado por parte de quien lleva su nombre. Tanto tiempo ha pasado que ni siquiera el príncipe es ya príncipe. Y aún recuerdo aquello como un acontecimiento muy especial.

Acostumbrados a la Ciudad Deportiva, donde íbamos en profesión desde El Rodeo, aquí tendríamos que llegar en coche. Y yo iba en el 850 de mi padre, que no se perdía un partido del Cacereño. Después iríamos casi siempre en el vehículo José Luis Gómez, ‘Pichi’, otro clásico, para juntarnos en aquella mole de Tribuna con Felipe Criado, otro inolvidable cacereño de los de corazón y raigambre.

Fueron años muy bonitos, con resultados para todos los gustos, con descensos y ascensos continuados entonces a Regional, como es el sino de este club, siempre reñido con la historia y con la Segunda A, que solamente se logró alcanzar en los años 50. Mirar para arriba y ver cómo esa tribuna era una obra arquitectónica tan bestial --a mí, como niño, así me lo parecía-- era habitual cada domingo de fútbol.

Compaginé durante años mi condición de aficionado verde con el de jugador de cantera. Aún recuerdo mi primer partido citado el Cacereño Atlético --estuve en el banquillo y no jugué-- en aquel campo. Pisar el césped era una experiencia única, maravillosa, en unos años en los que solamente conocíamos los campos de tierra, por lo demás los mismos que tiene ahora la ciudad. Mal asunto éste.

De todos aquellos años, muchos futbolistas que recordar: desde Jesús o Marcos hasta los actuales en el Cacereño. Pero por aquí vimos al Atlético y al Zaragoza en la Copa del Rey en unas eliminatorias tremendas. O aquel torneo internacional con el Espanyol y el Manchester City, entre otros, que terminó a puñetazo limpio.

Ya como periodista he tenido la suerte de contar espectáculos tan históricos como el España-Rumanía de selecciones absolutas o aquel partido de Primera entre el Atlético de Madrid y el Deportivo de la Coruña, el 19 de enero de 1992, en aquella gestión de los Nevado con Jesús Gil que tan rentable salió para el club verde. Pero también he visto celebraciones de ascensos y triunfos del CPC y decepciones como el descenso en ese partido ante el Betis B, con el gran Aitor Bidaurrázaga sollozando y el posteriormanente archifamoso Joaquín consolándole. Los dos equipos bajaron.

Pero este estadio ha terminado por arrastrar múltiples problemas. Y no solamente porque se caigan torretas de iluminación en un día de viento, por ejemplo. Finalmente, el Príncipe Felipe se ha quedado como el único gran estadio de Extremadura que es de propiedad privada, ya que el resto de los que se han ido construyendo han sido municipales.

Con cierta lógica, el Cacereño se ha quejado de ello, especialmente su actual propietario, Antonio Martínez Doblas. Todos los años cuesta una pasta siquiera su mantenimiento (alrededor de 200.000 euros, asegura) y ello redunda negativamente en el funcionamiento del propio club. Digamos que es una pesada losa, como su hormigón.

Durante todos estos años apenas se han hecho reformas. La última de cierto calado ha sido la de uno de los vestuarios. Ahora se quieren hacer otras, pero no se ve movimiento alguno porque ello significa dinero. Y eso es lo que no hay. Y no hablemos del césped, realmente nefasto y cada año más depauperado, para sufrimiento del futbolista y la grada.

Desde tiempo inmemorial, muchos cacereños hemos considerado que el cambio de la Ciudad Deportiva por el Príncipe Felipe fue una gran equivocación, al menos a efectos prácticos. Pero ya que está ahí y no hay más remedio, habrá que intentar que la instalación siga siendo un emblema del club y de la ciudad y que no signifique una carga, que es lo que parece ser ahora. En cualquier caso, ahí se han escrito gestas y se ha sido feliz. Con eso me quedo.