El mundo del deporte está lleno de intereses ocultos, de personas que sólo buscan la notoriedad y de gentes sin escrúpulos, que sólo encuentran en el protagonismo su objetivo, muy por encima del bien de los clubs a los que deben representar.

El fenómeno se repite constantemente. Algunos dicen que no, que a todos les cuesta el dinero. Mentira: la meta última es la notoriedad y el lucro.

Hay directivos que, sin embargo, se distinguen precisamente por lo contrario. En Cáceres hemos tenido algunos ejemplos evidentes. Aunque hace unos años que estaba retirado de estas tareas, el nombre de Tomás Rodríguez Santano, expresidente del Cacereño fallecido recientemente, tiene que permanecer en la memoria de muchos como el de alguien a quien el fútbol le dio la oportunidad de ayudar discretamente, sin interés alguno.

Mi grado de profundidad de conocimiento de la figura de Tomás Rodríguez no es la misma de la que puedan tener otros colegas de profesión que le trataron durante muchos años, en los que se desvivió por el Cacereño. Uno le conoció después, charlando casi a diario a la hora del café o, en alguna ocasión, con motivo de alguna entrevista, en la que me relató viejas historias de penurias como presidente. Y lo hacía como lo hacen los grandes hombres: con humildad. Lástima, Tomás, que en no abunden personas con tu talante. Descansa en paz.