La música a toda potencia resuena en los vestuarios del Deportivo, un vestuario empapelado con carteles que ha colocado el nuevo entrenador. Cuentan que la música es cañera y que los carteles incitan, motivan, anuncian la llegada de un partido importante. El sello Caparrós se ha instaurado en A Coruña para rememorar la época dorada que el Depor ha disfrutado en los últimos años de la mano de Javier Irureta. Augusto César Lendoiro ha apostado por el hombre que saca petróleo de lo que tiene.

Vive el fútbol con una intensidad galopante, el mismo sello que imprime a todos sus equipos. Joaquín Caparrós Camino lo dejó todo para ser entrenador de fútbol, dejó su puesto de funcionario en un pueblo de Cuenca porque su vida era el fútbol. Cuando uno se asoma a su historial, descubre a un hombre forjado a sí mismo en los modestos campos del Campillo, Montilla, Alcázar, Conquense, Manzanares o Moralo. Atrás quedaban los años como jugador en la cantera del Real Madrid. Su paso por la élite empezó a ver la luz en el Recreativo. Aunque su corazón es de la ciudad que le vio nacer, Utrera.

Despido en Villarreal

En Huelva subió al equipo a Segunda. Se convirtió en un devoto de Nuestra Señora de la Cinta y llegó a rey Baltasar. Corría el año 1999 y Caparrós ya había conseguido forjarse la leyenda como entrenador que aún le persigue: serio, disciplinado, obseso de la capacidad de trabajo y del orden táctico. También sabe los reveses que el fútbol depara a los técnicos cuando los presidentes impacientes se dejan llevar por su vena forofa. Le ocurrió en el Villarreal, donde sólo duró siete jornadas. Ha sido su único gran mazazo como técnico.

Como no hay mal que por bien no venga, aquella afrenta le abrió las puertas del Sevilla, donde llegó en la temporada 2000-2001, con el histórico club en Segunda. Lo subió a Primera con honores cuando aún faltaban tres jornadas para el final y no paró hasta devolverlo a Europa. Supo sacar petróleo de la plantilla sevillista y, sobre todo, de su cantera. Disparó al estrellato a un puñado de jóvenes. Fue el primero en dar la oportunidad a José Antonio Reyes, el otro orgullo de Utrera, a Paco Gallardo, a Sergio Ramos, a Jesús Navas y conformó con Monchi una de las parejas de moda del fútbol español.

Lejos de los tradicionales piques entre director deportivo y entrenador, Caparrós y Monchi hicieron piña y consiguieron que el Sevilla se convirtiese en el equipo que ha fichado mejor en los últimos años. Lejos de hacerlo a golpe de talonario, lo consiguieron a golpe de talento. El mejor ejemplo es el de Julio Baptista, reciente fichaje del Real Madrid. Monchi se lo trajo a Caparrós del Sao Paulo por sólo tres millones de euros. El Madrid acaba de pagar casi 25. El ojo de Caparrós descubrió en Baptista a un excelente llegador, trabajó su polivalencia hasta convertirle en el excelente goleador que es. "Lo he llegado a pasar muy mal", confesó Monchi cuando su amigo Joaquín le dijo que su etapa en el Sevilla terminaba. Algunos, como Jesús Navas, confesó lo que muchos chavales de la cantera pensaban: "Si Reyes es mi ídolo, Caparrós es mi padre".

En A Coruña se esperaban a un trabajador empedernido y la plantilla ha tenido que pararle los pies. La verdad es que la unión brillaba por su ausencia en ese vestuario. Caparrós llegó y pidió instaurar una cena semanal para fomentar el roce. Los jugadores sugirieron que fuera mensual. OK, de acuerdo. Hasta ese día, había logrado casi todo lo que se había propuesto.

Obligó a los jugadores a dormir en habitaciones compartidas y no individuales, como lo habían hecho los últimos años. Y se marcó una auténtica cruzada contra los kilos de más. La báscula se ha convertido en la gran protagonista de la pretemporada blanquiazul. Caparrós ha logrado que Tristán, Duscher y Sergio, por ejemplo, bajen más de cinco kilos. Prohibe a sus jugadores cualquier bebida gaseosa: ni Coca Cola, Fanta ni La Casera. Lo máximo es una cerveza en todo el día.

Menos kilos

Promueve la dieta disociada, sin mezclar proteínas con hidratos de carbono. Para facilitar a la plantilla su seguimiento ha logrado un menú de 10 euros en el restaurante del club, en el que se sigues al dedillo las consignas del técnico.

La plantilla deportivista se va haciendo cada día al 4-4-2 que siempre propugnó y se sorprenden al comprobar el grado de agresividad que exige. A Caparrós le gusta que sus equipos jueguen al límite. No hay concesiones al rival, ni siquiera a la hora de levantar a un rival que se ha quedado tendido en el suelo. Valerón ya se ha llevado alguna buena bronca por sacar a relucir la buena persona que lleva dentro. "Cuando se juega, se va a por todas. No hay concesiones".

Caparrós no va a regalar nada en el campo. Fuera de él, sacará a pasear su buen corazón, recordará con cariño aquellas primeras botas que Juan Arza, aquel mito del sevillismo, le regaló. Bromeará con los que le dicen que tiene un parecido razonable con Michael Keaton y se enfadará si alguien se le acerca con algo amarillo. Es supersticioso hasta la médula. Caparrós ya prepara la música que, a toda potencia, acompaña a su equipo en el bus.