Tenía que convencerse a sí mismo. Necesitaba acariciar el placer de escalar como un ángel en el Tour de Francia y notar el aliento de Lance Armstrong para sentirse un grande del ciclismo. Alejandro Valverde debía ganar una etapa enorme y épica, como la de ayer en la cima de Courchevel, para dejar de ser una promesa y convertirse de una vez no sólo en una realidad del ciclismo español, sino en el futuro mundial y empezar a seguir los pasos de estrellas como son Fernando Alonso y Rafael Nadal en otras modalidades deportivas.

El corredor murciano del Illes Balears no sólo aguantó ayer la rueda del tejano en Courchevel. No sólo notó ese aliento de Armstrong, sino que le batió en el esprint final.

En realidad, Valverde fue el primer ciclista de la historia que noqueó al astro estadounidense en una llegada de montaña. Por eso, ayer, Armstrong lo proclamó su heredero. Y lo hizo en una jornada muy especial, el día en el que recuperó el jersey amarillo y puso el Tour patas arribas, con una nueva, fantástica e inigualable exhibición.

LA VISION DE ECHAVARRI Cuánto sabe de ciclismo José Miguel Echávarri. No es una casualidad que los mejores corredores españoles de los últimos 25 años hayan corrido en su equipo, llámese Reynolds, Banesto o Illes Balears. El técnico navarro se enamoró de Valverde hace dos años en la Vuelta a España. Tardó uno en ficharlo y muy poco en convencerlo de que el Tour iba a ser su carrera.

"Creo que puedo ser un hombre Tour", declaró sin remilgos a este diario el corredor de Puerto Lumbreras, de sólo 25 años, apenas 24 horas antes de firmar su enorme gesta en Courchevel.

Valverde temía la alta montaña. No era una cuestión de pánico, sino de respeto. Jamás se había enfrentado a una cumbre de casi 2.000 metros. Y mucho menos en el Tour. Y mucho menos sintiendo la respiración de Armstrong en el cogote, por lo que el reto se presentaba tan apasionante como incierto.

En la Vuelta, las cimas no tienen tanta alta altura. Hasta ayer, no había tenido el placer de sentirse un escalador, de los buenos, de los de clase, de los que son capaces de pegarse a Armstrong, cuando a apenas 400 metros de la llegada lanzó el esprint. No se acobardó. No le pudo la presión. Supo sacar ese don divino que tiene, ese cambio de ritmo que le iguala al mejor de los velocistas, el mismo toque que ya le convirtió en subcampeón del mundo en el 2003.

Armstrong se había concienciado para empezar a sentenciar el Tour de Francia en la primera llegada en alto. Es una costumbre que repite desde 1999, cuando ganó el primero de sus seis Tours que lleva acumulado, y a los que puede sumar uno más.

Por esa razón, quiso que su equipo no malgastase una fuerza extra durante la semana de llano y media montaña que concluyó el domingo. Por eso, el Discovery Channel desapareció del mapa el pasado sábado, en el puerto de segunda que en teoría no debería haber supuesto nada especial en forma negativa.

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