Qué bellos son los Alpes y qué hermoso es el ciclismo cuando se viven grandes etapas. Alejandro Valverde asestó en Tignes, meta de la segunda jornada alpina, su primer gran golpe de efecto en su afán por ganar el Tour 2007. Y lo hizo en el mismo día en que un corredor que parecía perdido, olvidado y condenado a convertirse en protagonista de segunda fila, Iban Mayo, resurgió de sus cenizas para cruzar la meta en segunda posición tras el escalador danés Michael Rasmussen, nuevo líder de la carrera, y auparse a la tercera plaza de la general.

Sin embargo, merece atención especial el nombre de Christophe Moreau, un ciclista de 36 años que está viviendo su segunda juventud, que a su vejez ha dejado de ser un contrarrelojista para convertirse en escalador y que está firmando con letras de oro el mejor mes en su dilatada carrera deportiva: en pocos días, vencedor del Dauphiné Libéré y campeón absoluto de Francia.

Hace 22 años que un corredor local no gana en los Campos Elíseos. Bernard Hinault fue el último. Es mucho tiempo. Demasiado. Posiblemente, si los franceses tuvieran el carácter más fogoso de los seguidores españoles, ya habrían perdido la fe en el Tour. Pero este año se están multiplicando en Francia las au- diencias televisivas en comparación con el 2006.

EL ATAQUE Por eso, se merecen una dosis de ilusión con Moreau, el corredor que a 17 kilómetros de Tignes rompió las hostilidades llevándose a rueda a Valverde, al resucitado Mayo, a un Cadel Evans remolón, a un Andrey Kashechkin que trataba de salvar el honor de Kazajistán y a un sensacional Alberto Contador, que después pinchó a falta de cinco kilómetros.

Por detrás, el enemigo público número uno de todos ellos, otro kazajo, Alexandre Vinokurov, todavía tocado por la caída del jueves, no supo ni pudo reaccionar, a pesar de ascender rodeado de gregarios y junto a otros rivales de consistencia como el estadounidense Levy Leipheimer, el ruso Denis Menchov, el gallego Oscar Pereiro, el abulense Carlos Sastre y el vasco Haimar Zubeldia.

El ataque de Moreau estuvo seguido por todo un espectáculo de ataques y contragolpes, con el francés, Valverde y Mayo como principales protagonistas. Hasta cinco veces demarró el campeón de Francia. Hasta en cinco ocasiones tuvo que ser Valverde, Bala Verde, el que lo neutralizada. Quizá, incluso, hasta fue una pena que se dedicaran a atacarse entre sí, en vez de ponerse de acuerdo, trabajar a relevos y tratar de arañar aún más tiempo a los contrincantes, al resto de aspirantes para París.

Ellos sabían que Rasmussen, solo por delante, se regulaba a la perfección y que era muy difícil que fuera a desfallecer. Por eso, perdida la victoria de etapa, lo más normal era dejarse de ataques y colaborar entre sí, tal como Valverde le reclamaba a Moreau. El espectador agradeció la dosis de ingenuidad y Vinokurov se puso a sus órdenes, a tres kilómetros de Tignes.

Y llegó entonces el instante más tenso de la etapa cuando Mayo se fue en busca de la segunda plaza. Valverde entró en crisis. Se descolgó. Saltó la alarma. "Fue una crisis pasajera, pero luego me recuperé, les cacé y les ataqué". Así de claro.

Bala Verde cruzó por la meta de Tignes en tercera posición para colocarse el cuarto de la general y conquistar un tiempo precioso a rivales de consistencia. A Vino le saca 2.32 minutos; a Leipheimer, 1.02; 55 segundos a Klöden, y a Menchov, 28.