Qué sin vivir de balones perdidos, qué vía crucis de canastas escupidas, qué calvario de pases errados... ¡Pero qué bonito! Las señoras se tiraban de los pelos, los barbudos se mesaban las perillas, los calvos se pellizcaban donde podían y hasta el limpiador de Limycon , hombre mesurado donde los haya, perdía la compostura y deslizaba su silla en el gesto más descontrolado que se le ha visto en el Multiusos.

El público había respondido como un sábado cualquiera. En el entorno del pabellón, el vendedor de bufandas no se comía una rosca y un socio lo convertía en termómetro de la situación: "Si no se venden bufandas, tampoco se venden acciones". Los primeros minutos fueron gélidos, como si pesara más lo económico que lo deportivo. Pero apareció García Ortiz, el árbitro 36, pitó una escandalosa personal en ataque al Cáceres y todo el mundo se olvidó de la ampliación de capital. El multiusos se volvió loco, el frenesí se contagió a los jugadores y lo que iba para duelo se convirtió en hazaña jubilosa.

Dani García hacía aspavientos pidiendo más madera, el banquillo vivía cada ataque de pie y cuando el Cáceres defendía, Orenga, Sanguino y Eslava se desgastaban en la reserva como si pelearan en la zona. Los jugadores estaban nerviosos, sí, pero también rabiosos. Todavía son un grupo salvaje, no una banda entregada.

Gustavo Aranzana, presente en la grada, tomó nota de la caldera hirviendo que le espera el domingo a su equipo, el Caja San Fernando. Al final, hasta Muoneke hizo piña para saludar y el vendedor de la puerta respiró aliviado. Seguimos vendiendo bufandas... Seguimos vendiendo acciones.